Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 8

                    Maratón 3/3

Pía Melina

Diviso la fachada de mi robusto edificio, mientras le doy un delicioso sorbo a mi capuchino; deleitándome de su dulce y afrodisíaco sabor.

Mis tacones crean una combinación excelente con el sonido de las campanitas de algunas tiendas cubiertas por las guirnaldas y las luces navideñas.

Ya hoy es veinticuatro de diciembre, uno de los días más maravillosos del año; al menos lo era hasta que aquella terrible acontecimiento llegó a mi vida destrozando la belleza de esta, volviendome este ser más o menos soso y sin vida social.

Relamo mis labios, eliminando la pequeña espuma que permanece en la comisura inferior de mi boca; provocando que a mi mente llegue el suceso de esta mañana.

En mi cabeza aún está su enloquecedora imagen, la leve caricia de su mano en mi mejilla, el tacto de su dedo en mi clavícula, sus palabras impulsivas y elocuentes; sin embargo, todo llega junto a la maldita culpa, esa emoción que estoy segurísima continuará en mi ser hasta dentro de nuevo aviso, al menos cuando ya acontezca algo que me obligue a olvidarme de ello.

La vergüenza que noté cuando mis órbitas oculares se cruzaron con las azules de la rubia, su mirada dulce e inocente, sus palabras en las que intentaba integrarse, hasta su manera de decir que iríamos juntas a un salón de belleza justo antes de mi cita.

Oh sí; porque mi querida Valeria no tardó mucho en contarle a los dos que tendría una cita con un chico; sin embargo, la reacción del castaño fue todo un poema. Apretó los puños a cada lado de su cuerpo mientras mascullaba algo así como—Mataré a ese capullo—sí, momento demasiado incómodo, creo que hasta Moffy se indignó por lo rápido que salí huyendo de aquel apartamento sin siquiera dudar.

No tenía valor para mirar a Darla a la cara, a pesar de no conocerla sabía que no era una mala persona, desde que habíamos intercambiado palabras la primera vez me había tratado con bondad y dulzura, cosa que agradezco, porque no soy muy amante a los malos tratos, soy ajena a ello; sin embargo, por alguna razón necesitaba que tuviera algo que me hiciera odiarla; ¿el obstáculo?, Nunca fui capaz de percibir ese sentimiento por más daño que me hicieran, siempre he sido conciente de que las cosas suceden con una razón que desconozcamos.

Salgo de mis pensamientos, volviendo a la realidad en dónde ya me faltan unos pasos para llegar a mi centro laboral.

Mis verdes ojos divisan a millones de dulces parejas envueltas en abrigos de pieles, gorros de lana y calentitas botas; junto a las conversaciones animadas en las que se absortan sin ningún problema; los niños juguetean en frente de sus jardines lanzándose copos de nieves, empapándose con esta cuando impactan en su diminuta figura, incluyendo los autos que avanzan por las avenidas más o menos transcurridas con suavidad para evitar un accidente por el suelo resbaloso y frío.

Los copos de nieve no dejan de caer, volviendo mi jersey de color casi blanco en los hombros, a la vez que le doy un segundos sorbo a mi bebida; por otro lado, sostengo con mi mano derecha mi agenda con los asuntos que debo resolver el día de hoy junto a mi jefe y por supuesto, a Peter.

Mis mejillas se sonrojan con el solo pensamiento de una cita con el pelirrojo, mi corazón comienza a aletear con premura, pero me es inevitable no compararlo con los desbocados latidos que este me provoca; son intensos y devastadores, capaces de dejarme sin ninguna palabra o estimulo.

Avanzó por la East 10th Avenue, repasando los taxis con sus tranquilos pasajeros protegiéndose de la frialdad de esta época del año que a pesar de lo que podamos decir la amamos tanto o más que el verano.

La leve capa de labial que cubría mis labios para protegerlos del frío se ha vuelto historia cuando vuelvo a relamer mis labios, deteniéndome en los escalones de la agencia publicista.

El cristal polarizado, los escalones de piedra macisa, la edificación de treinta pisos, los barandales congelados por el frío, junto a la nieve que recubre las escaleras y uno que otro adorno navideño nos mantiene con esa familiaridad que muy pocos llegamos a sentir.

Me encamino a las puertas automáticas, ascendiendo a un paso tranquilo, pero seguro, mientras le doy el último sorbo a mi bebida, manteniendo el frasco en mi mano. Deslizo mi tarjeta de identificación por la ranura de reconocimiento que en segundos emite un click junto a un botón verde permitiéndome el acceso a la calidez del interior.

La recepción se mantiene en silencio con las tres castañas que se entretienen en sus computadoras mientras sonrisas carismáticas predominan en sus labios. Sus trajes sofisticados y sus bien peinados cabellos junto a uno que otro maquillaje para nada llamativo da el toque de profesionalismo necesario.

En la esquina a mi derecha se encuentra la sala de espera principal; con dos enormes sofás negros, una mesita de café en el medio separando a dos butacas en conjunto, dos bellos arbustos y la fuente a mi izquierda que es a donde dan los ascensores. Los colores de mi entorno varían entre neutros y vívidos, aunque a veces cuando el sol está presente tenemos la opción de ver mucho más brillo.

Admiro el pequeño reloj rosa que rodea mi brazo, apreciando como los minutos corren cuando me pongo a divagar como una tonta.

10: 30 AM

Tarde un poco más de lo debido, ya que como siempre era sábado, no debía estar en la agencia a menos que fuera de suma importancia como las preguntas de esta jodida entrevista que me tenía bastante agitada por la magnitud de la personalidad.

No conocía quién es, ni siquiera como lucía, solo sabía por Valeria que era un italiano delicioso y muy atractivo que no dudaría en comérselo con ropa y todo—palabras textuales de la castaña.

Agilizo mi caminar, dirigiéndome al elevador, a la vez que le muestro una que otra sonrisa a Martina, Cayetana y Anastasia—las recepcionistas—que se felices me saludan con efusismo.

Me despido presionando el botón que le abre paso a qué las puertas de abran ofreciéndome el acceso solitario a mi planta.

Desplazo mi tarjeta por la ranura que al instante reconoce mi persona, cerrando las puertas y ascendiendo con calma.

Los nervios me abordan, el repiqueteo de mis tacones cuadrados no es tan molesto pero es soso y aburrido; como la mayoría de las cosas de mi vida.

Los mensajes de la castaña como siempre tratando de animarme, a la vez que me muestra el trasero de algunos de los actores que debe preparar para las entrevistas. Algunas carcajadas salen de mis labios por las ocurrencias de mi mejor amiga, eliminando esa sensación tan destructora que me estaba absorbiendo.

Minutos después las puertas se abren, a la vez que conduzco a mis pies por los corredores desiertos de la edificación.

Cada paso que daba iba aumentando la velocidad volviéndolos apresurados nuevamente, mi cuerpo hacia acto de presencia en la estancia de mi departamento de entrevista.

Mi respiración estaba un poco acelerada por el esfuerzo, y mientras entraba pensaba en las mil maneras de asesinar a mi querida amiga por llevara acabo semejante decisión sin pensar en lo que yo quería en realidad; sí, puedo llegar a ser demasiado indecisa a veces.

Levanté mi mirada del suelo encontrando al mismo hombre que horas antes había llenado de café por ser tan torpe. Su expresión contaba de su ceño fruncido, una de sus cejas alzadas, con sus manos a cada lado de su costado recordándome a mi madre cada que me regañaba por hacer algo mal.

No entendía como un hombre tenía tan buen gusto cuando de ropa se trataba, según yo conocía cuando de ropa se trataba eran unos desastres; al menos los dos que conocí, pero siempre hay excepciones para todo así que no juzgo.

—Buenos días —saludé cordial, tratando de aligerar el ambiente tan tenso.

—Vamos —comentó mientras entrabamos en su despacho con sus manos en su espalda.

No sé ni porque pero mis mejillas se sonrojaron en el momento que mi mirada se deslizó hacia su trasero, el descaro con el que admire esa parte de su cuerpo nunca había estado en mí, y por primera vez me percataba de lo duro que debía estar.

—Bueno, las preguntas son estas —le extendí la agenda que poseía las interrogantes que le haría a nuestro cliente.

Se sentó en su silla giratoria antes de tomar la agenda que le ofrecía, sus dedos rozaron los míos y por simple reacción mi figura se estremeció, a la misma vez que mis mejillas volvían a tornarse rojas.

Él ni cuenta se dió lo que su tacto acababa de ocasionarme así que decidí no darle tanta importancia.

—Debes ser más específica con lo que preguntas, intentando de que termines arrinconándolo y no tenga más remedio que responder, por algo realizamos las mejores entrevistas —contestó tomando su bolígrafo y agregando algunas incógnitas que tendrían respuestas el mismo en dos días.

Estuvo por segundos sumergido en aquello, eligiendo, agregando y aumentando las preguntas.

Sin embargo, mientras esperaba a que culminará su tarea; observé cada rincón de aquel despacho con recubrimiento negro con una gran escasez de emociones.

El mío desprendía inocencia, este; ningún sentimiento válido, no era aburrido pero al menos no poseía ese toque que dice el tipo de personalidad que tiene la persona.

No había desorden ninguno, el suelo estaba cubierto por una moqueta ferial de color negro, una diminuta nevera en la esquina superior derecha igual que la que estaba en la mía, un desván largo con espacio para dos personas con una pequeña sábana bordada de color gris. Las ventanas están cubiertas por unas cortinas blancas que ahora se encontraban abiertas llenando del espíritu navideño la cuadrada oficina. El escritorio era de madera más que fina, las puertas de cristal y una vitrina descansaba en la esquina izquierda con botellas de alcohol.

Permanecí por unos segundos sin saber que hacer hasta que la voz de mi jefe me sobresaltó.

—Esto será suficiente —me extendió la agenda rosa—; debes recordar la sesión de fotos junto con Peter, mantenerlo al tanto de las horas y el día.

—Por supuesto —finalicé guardando la libreta en mi bolso—; con permiso.

Le di la espalda caminando hacia la salida de la desierta oficina con millones de documentos en diversos cubículos, moviendo mis pies con un nerviosismo.

Apresuro mi paso abordando a toda marcha el transporte que me llevaría a la primera planta, mientras mis dientes comenzaban a morder mis uñas.

El silencio del ascensor me envuelve, impulsandome a qué por instinto fijé mi vista en mi reloj rosa prestándole atención a las manecillas de aquel artefacto que no dejan de moverse en ningún momento.

11: 40 AM

Tick, tock ... Tick, tock

Aquel sonido no dejaba de revolotear en mi mente como una nueva canción más molesta que de costumbre. Resonante, constante y agobiante, junto al repiqueteo de mis dedos, mi tacón que se tornaban una banda sinfónica protagonizada por mí.

Presté gran atención a mis tacones esperando el descenso completo.

Lo que sentí que fueron horas después las puertas se abrieron permitiendo el acceso al exterior; libere un suspiro de satisfacción al salir finalmente de la estancia agobiante y solitaria de metal que me había mantenido cautiva por un tiempo indefinido.

Divisé a lo lejos a Mérida que realiza una que otra mueca mientras mira la pantalla de su celular, despotrincando a quien sea le esté hablando.

Me aproximo con cuidado, logrando que sus ojos negros se fijen en mi anatomía y antes de que piense algo ella guarda su celular en el bolsillo de su pantalón, envolviendo mi esbelta figura con sus brazos morenos.

—¡Por fin te acuerdas de mí! —afianza su agarre, sacándome algunas carcajadas que se atoran en mi garganta por mi falta de aire.

—Okay, me estás ahogando —logro articular, provocando que me propinen un buen golpe en mi cabeza casi despeinando mi rubio cabello.

—Eres una mala agradecida —se cruza de brazos indignada, dándome la espalda con dramatismo.

«¿Acaso es idea mía o estoy rodeada de gente dramática?». pienso sosteniendo sus hombros.

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