Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 7

Maratón 2/3

Pía Melina

Admiro mi reflejo en el pequeño espejo de mi armario, peinando mis suaves y largos cabellos rubios brillar por los rayos no tan visibles del sol que se adentra por la ventana de mi alcoba.

Muerdo mi labio inferior sosteniendo dentro de mí esa sensación de insuficiencia y soledad que se instala cada dos por tres, mientras siento como Moffy desliza su cabecita camina por mi pierna derecha, aclamando mi total atención.

Bajo mi mirada, encontrando sus bellos ojos cobrizos, mostrándome esa carita de cachorro degollado que me provoca más ternura de la necesaria; ocasionando que deje mi cepillo en la mesa de mi escritorio, y extienda mis brazos para colocarlo encima de mis piernas.

—¿Acaso tienes hambre? —cuestiono dándole la oportunidad de acurrucarse como la bolita de pelo que es, entre mis cálidos brazos.

Sus ojos me observan, mientras lame mi mano como respuesta.

—Lo tomaré como un si —respondo viendo cómo su cola se mueve con premura de un lado para otro, y algunos ladridos salen desde el fondo de su panza.

Lo vuelvo a colocar en el suelo de madera, atando mi cabello en una coleta bien alta que después me acomodaré bien, escogiendo unos jeans ajustados de cuero negro, con una blusa vaquera asimétrica de mangas largas negra oscura; combinando a la perfección con mi sujetador de encaje y mis bragas en conjunto.

Me encamino a la salida de mi habitación, asomando mi cabeza entre el medio de la puerta y el marco; intentando ver sí alguien de los inquilinos se encuentra en pleno auge; sin embargo, mis ojos no divisan ningún movimiento sospechoso que deba alarmarme; así que con mucho cuidado y en puntilla de pie comienzo a dirigirme al cuarto de baño que está a solo unos pasos en frente de mi alcoba.

Vuelvo a revisar que no halla nadie deambulando, percibiendo el frío y algunos copitos de nieve colarse por la ventana que da a la azotea, a la vez que abrazo mi anatomía esbelta completamente erizada, enviando un poco de calor a mis huesos.

Poso mi mano en el pomo frío de la puerta de madera, mientras con sumo cuidado de no hacer ni siquiera un sonido abro la puerta preparándome para entrar cuando terminó chocando con alguien que no logro reconocer al tener mis ojos cerrados.

Lentamente y con mis latidos desbocados me digno a levantar la mirada, mientras abro mis ojos con calma, sin ninguna prisa a pesar de mi vergüenza que aumenta por segundos.

—Lo siento yo... —las palabras se atascan en mi garganta cuando veo esos ojos avellana, grandes y expresivos mirarme de esa manera que me pone la piel a arder.

Trago, viendo como el repite mi acción, extasiandome con el excitante movimiento de su desarollada manzana de Adán, bajando y subiendo, mientras sus inmensas manos se aferran a mis hombros, manteniendo mi figura a solo unos centímetros de la suya.

—Yo... —intento decir al menos algo coherente, pero es como si mis neuronas se hubieran ido de vacaciones a Cancún e incluso me dejaron un cartel que me avisa de ello, uno que mis latidos hacen que sea imposible de ver; al igual que el rubor de mis mejillas, la escaces de saliva, mi acelerada respiración, y la fuerte corriente eléctrica que desencadena las leves caricias de sus largos dedos en mi piel descubierta.

Deslumbro su perfilado rostro con su mandíbula cuadrada y la sombra de una barba de días, sus labios rojos y gruesos, su nariz respingona, sus pómulos abultados; junto al enloquecedor trayecto que produce su rosada lengua—la cuál de la nada me la imagino en lugares para nada dulces—provocando que sea mi momento de copiar su acción; impulsando a que sus pupilas dilatadas se desplacen hasta la misma acción que repito pero con mucha más posma.

El ambiente comienza a tornarse tan caliente e hipnótico que honestamente ni siquiera deseo que se destruya para nada.

Un pequeño mechón de mi cabello decide hacer acto de aparición, invitando al castaño a con cuidado y su mirada aún fija en la mía; posicionar esa hebra rubia justo detrás de mi oreja, rozando esa parte trasera que me obliga a cerrar los ojos, a la vez que un jadeo se escapa de mis labios; volviendo el momento bastante incómodo para mí, porque el parece estar demasiado absorto en cada caricia.

—No... —intento hablar, siendo detenida por le caricia que dedica su mano a mi mejilla; haciéndome tragar en seco por segunda vez, preparando mi corazón para un ataque.

Acerca su rostro más al mío, faltando unos pocos centímetros para que nuestros labios se puedan rozar, permitiendo que nuestras respiraciones aceleradas se mezclen en un momento tan lleno de intensidad.

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