Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 6

Maratón 1/3

Pía Melina

El viaje al apartamento no fue tanto como llegué a pensar que sería.

No; fue muchísimo peor de lo que imaginé.

Entre los cotilleos entre la pareja altamente empalagosa a mi espalda, los chismes bastante sexistas del conductor regordete, junto a los correos que mi jefe me enviaba pidiendo que se los entregara mañana a primera hora fueron solo una bomba que me tenía a punto de entrar en combustión espontánea; en resumidas cuentas, las ganas de llorar, el nudo en la garganta, la opresión en mi pecho y los terribles deseos de que me tragara la tierra eran las circunstancias que me tenían mordiendo mi labio inferior, jugando con el dobladillo de mi gaban, junto a uno que otro mechón de mi cabello que comenzaba a enredar en mi dedo anular sin problemas.

Suspire como por decimotercera vez, admirando mi aliento empañar la ventana del asiento del copiloto mientras nos deteníamos en el quinto semáforo de la 17th Avenue W con la hermosa luna apoderándose del oscuro y estrellado cielo nocturno, instalando una fuerte nostalgia en mi pecho, provocando que el latir de mi pecho aumente cuando recuerdo a mi madre.

El frío no se ha colado lo suficiente en mis huesos pero aún así me mantiene los labios morados y agrietados, las mejillas sonrojadas, junto a mis cellos erizados.

Dibujó un pequeño corazón partido en dos en la empañada ventanilla cuando mi teléfono vibra sacándome de mis pensamientos aburridos y algo melo dramáticos.

Rebusco en el bolsillo de mi abrigo, recibiendo la calidez que este me ofrece a la vez que diviso con mis órbitas verdosas el nombre del pelirrojo en la notificación. Mi curiosidad se activa, impulsandome a desbloquear mi celular a la vez que diviso mi rosado y cursi fondo de pantalla que consta de un príncipe besando a su chica fin dulzura, con conjuntos rosa francés y azul marino.

Abro la aplicación, percibiendo el latie de mi corazón cuando descubro el mensaje completo, enfatizando en mis ojos ese brillo; junto al nerviosismo que se torna efusivo con esa sensación de estarle siendo infiel a alguien que solo me ve como una amiga; sin embargo, una pequeña voz en mi cabeza me impulsa a cuestionarme sí aceptar o no.

No sé por cuántos minutos o segundos permanezco admirando el curioso mensaje de Peter, mientras el conductor detiene el auto justo delante de mi edificio.

—Bueno, ya llegamos —anuncio guardando el teléfono en el bolsillo de mi gaban.

Abro la puerta del auto, bajando a la par con la pareja; hallando los jardines cubiertos por blanca nieve, las guirnaldas colgando de los balcones, y al joven portero en la consejería con sus audífonos de siempre, junto a su traje blanco con uno que otro adorno negro. Fijo mis ojos en el conductor que me muestra su dentadura no tan perfecta con algunos alumnos faltantes en ella.

Me preparo para pagar, sosteniendo mi pequeña billetera con una media sonrisa emotiva en mis labios.

Sin embargo, una mano en encima de la mía me impide mover el broche, enviando unas sensaciones que llevaba años sin sentir desde su partida, una adrenalina que me invita a alzar la mirada encontrando las intensas y grandes órbitas avellana del castaño con sus cabellos despeinados, junto al abrigo de piel que recubre su figura no tan escultural. Desvio mi mirada encontrando los ojos de la rubia encima de mi con un atisbo de envidia o algo que no comprendo.

—Dejanos a nosotros —me pide Ethan con vos suave, pausada; embelesando a mi cerebro casi haciéndome babear.

Trato refutar, pero con su mirada y esa sonrisa carismática desconecta mi cerebro con mi cuerpo, acelerando mis latidos sin problemas, haciendo mis piernas flaquear. Trago en seco, queriendo desaparecer los nervios que se vuelven a apoderar de mí, mis mejillas sonrojadas, entre tanto arreglo mi abrigo acercándome a Darla con una expresión que no evidencie lo mucho que me duele el no tener a quien quiero por su culpa.

—¿Te ayudo con las maletas? —cuestiono señalando el equipaje amarillo-el color favorito de mi amor platónico.

Sus labios se alzan en una sonrisa, dejando ver algunas arrugas en las esquinas de sus ojos tan azules que me envían demasiadas buenas vibras de las que honestamente solo me ocasionan una sensación de confianza y familiaridad.

—Por supuesto —agradece, aproximando su anatomía a la de Ethan, se besan despidiéndose mientras el se mantiene esperando el vuelto del transporte.

La punzada en mi pecho vuelve a hacer acto de aparición, provocando que como toda gallina sostenga la maleta encaminándome al edificio donde Valeria me debe estar esperando casi preparándose para suicidarse con papel dental.

—Hola —saludo al pelinegro de unos dieciocho años que no deja de masticar una goma de mascar en su boca, creando un globo que explota resonando en el silencio de la aburrida estancia.

—¿Que tal? —hace un asentimiento de cabeza seguido con eso, para después prepararse y fijar su atención en su teléfono.

Ok; estamos de los mismos ánimos.

Me preparo mentalmente para subir los escalones de la edificación, hasta el tercer piso que es donde está el apartamento 208b; mi mediano refugio.

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Mi respiración está acelerada, mis latidos no son la excepción, incluyendo a las gotas de sudor que se deslizan por mi frente, y el medio de mis senos, junto a mis adoloridos dedos por sostener la más que pesada maleta.

La rubia y el castaño me siguen a paso tranquilo, riendo e interactuando con tranquilidad sin ninguna problema mientras yo estoy a punto de morirme.

—No puedo creer lo que dijo —escucho que dicen, agudizando mi oído a la vez que adentro la llave en la ranura de la portilla de abeto negro con un pomo de metal.

El click avisa de que ya está hecho y solo eso basta para que gire el pomo; percibiendo los ladridos emocionados de Moffy, los gritos de molestia y frustración de la castaña, lindante a el delicioso aroma del café.

—¡Oh por Dios!, Necesito café —bramo preparándome para entrar, ignorando a mi pequeño cachorro que camina indignado en dirección a su pequeña casita, moviéndose con dramatismo.

«Supongo que estar mucho tiempo con una dramática se le ha pegado». pienso divisando a Valeria acercarse con la curiosidad en su rostro, y la taza de café humeante en su mano derecha.

—¿Me dirás cuál es la sorpresa? —inquiere con una ceja elevada.

Tomo la taza, dándole un sorbo al café; sintiendo como el líquido comienza a quemar mi garganta, relajando y haciendo que me olvide de mis sentimientos de dolor, o los dolores que eso me ha provocado.

—Es... —me quedo en silencio cuando la castaña desvía su mirada de sorpresa hacia mi espalda.

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