Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 28

Maratón 3/4

Narra Pía:

Mis piernas están temblando y completamente empapados con mis flujos vaginales. Ni hablar de mi subconsciente que para empeorar me ha traicionado pensando en lo que pudo haber sucedido, sino hubiera tenido el valor de huir como toda una cobarde.

Todavía permanezco bastante conmocionada. Mis órbitas oculares de verde permanecen fijos en la gran pared de azulejos azul Prusia con, pequeñas salpicaduras de color negro y blanco.

La ducha de agua caliente continua abierta mojando mí cuerpo. Mis hebras rubias están llenas de agua, que baja por mí espalda con rápidez y tranquilidad.

Salgo rápidamente de mí estado de éxtasis, volviendo a la realidad de donde me encuentro, y que debo huir lo más pronto posible del lugar.

Cierro la llave del agua, a la vez que mí cuerpo era cubierto por un albornoz blanco que había encontrado, al lado del espejo que estaba, en frente de la regadera con puertas de cristal. Al lado izquierdo del espejo hay un inodoro, obviamente usado para la evacuación, de color negro, un lavabo, debajo de donde se encontraba el espejo, con unas hermosas puertas de madera de caoba y abeto, la pila era de un dorado bastante resaltante.

También estaba el bidé del mismo color del retrete.

Aquel lugar se podría llamar el rincón de la elegancia, aquel chico parecía tener un gusto bastante exquisito.

Cubrí mí cuerpo con la mayor urgencia del mundo, mientras terminaba de envolver mí cabello en una toalla de felpa, dueña de un color blanco platino bastante hermoso.

Me aproximé al espejo, observando con atención mis mejillas sonrojadas y mis labios rosados.

Mí reflejo no estaba para nada mal, tenía cierta semejanza a una pequeña niña de seis años.

Tomé mí vestido, coloqué mí mano en la manilla moviéndola con lentitud, intentando no hacer sonido para no llamar la atención de aquel sexy especímen de ojos color marrón.

La manilla hizo un pequeño "click" a la vez que yo hacía una pequeña monería por el chirriante sonido.

En mis ojos se formaron unas pequeñas arrugas al realizar el diminuto mohín.

—Finalmente; pensé que te había succionado la ducha —la ronca y varonil voz de Dante me sobresaltó tanto, que al mis manos encontrarse en el nudo del albornoz, y sosteniendo también el vestido, terminé dejándo mí cuerpo al descubierto justo delante de los ojos marrones del chico de cuerpo de Dios.

—¡Mierda! —exclamé levantando la cabeza e intentado tapar mí cuerpo, con el albornoz blanco platino.

—Tranquila, ya te ví desnuda una vez, y; no eres nada del otro mundo —sus palabras ocasionaron que mis mejillas terminaran sonrojadas con cierta semejanza al tomate o quizás a un pimiento.

—Déjame en paz —grité huyendo por segunda vez como una gallina, pasando por su lado, con mis manos en el nudo de la bata de baño.

Traté de salir lo más apresurada posible, entre tanto hacía un leve intento de ajustar el nudo de aquel batín de poliéster.

Mis pasos eran apresurados, mí respiración estaba acelerada, trataba no tropezar con mis propios pies, prestaba atención a las paredes de aquel corredor, estas eran de color marrón oscuro, con algunos cuadros de diferentes autores que no conocía de ningún lado.

Llegué en segundos al cuarto de aquel chico de treinta y dos años con cuerpo de Dios del Olimpo.

Puse el pestillo en la habitación, a la vez que me desnudaba por completo, extendía mí mano en dirección a la mesa de la computadora, alcanzando el vestido negro azabache.

Segundos después ya mi cuerpo estaba enfundado en el vestido, con los tacones bajos.

Mis cabellos estaban con algunas gotas bajando lentamente, mis mejillas continuaban del mismo color que segundos antes.

Salí con rumbo a la gran sala de aquel apartamento, con mis tacones resonando por cada paso que daba.

En unos segundos llegué a la gran antecámara encontrando a dos personas bastante conocidas para mí.

Una chica de cabellos dorados como los míos, unos ojos azules como el cielo, y las manos de un chico de ojos color avellana pegadas al trasero de aquella señorita con sus labios devorando con fervor los de ella.

—Hellou, hay personas aquí, no solo ustedes —mí voz sonó como un susurro, mientras que aquellos chico se giraban con lentitud en mí dirección, con sus mejillas rojas y sus labios bastantes hinchados.

—Hola Pía, ¿qué tal amaneciste? —interrogó Darla acercándose a mí cuerpo.

—Pues como quieres que amanezca, sí, despierto en una habitación totalmente desconocida para mí, desnuda y con el tío que más odio en este mundo, entrando por la puerta diciendo que tuvimos relaciones, pero lo peor de todo es que, no recuerdo nada de lo que sucedió la noche anterior —hablé sin detenerme, las fuertes miradas de aquellas personas estaban atentas en la mía, con sus ojos fijos en mis labios entreabiertos y mí reputación irregular, prácticamente destilaba fuego por los oídos.

—Perdón por eso, pero Dante es mí mejor amigo al igual que tú, y pues es él único en quien —no lo dejé continuar cuando hice un gesto de indignación y comenzé a hablar sin medir las consecuencias.

—Dante, Dante Vivaldi es tú mejor amigo, ese que nunca te ha fallado, él único en quien confias, que bien, siento que me has traicionado de la peor manera, no sabes cómo odio que me sustituyan, desprecio las mentiras, y tú lo sabes, sí él es tú mejor amigo, ¿Por qué no fue capaz de dejar que se quedaran en su departamento? —cuestioné mientras él levantaba su dedo índice como tratando de interrumpir mis palabras, pero no le daría esa satisfacción—, solo quiero que sepas, que estoy bastante enojada, y lo que supongo que debería a ver sabido era que el chico de ojos marrones, sería el padrino de su boda, por eso solo les diré algo, olviden que en algún momento dije que quería ser la madrina, que acepté aquel cargo de alta responsabilidad, adiós.

Sin mucha demora tomé mí bolso y me marché prácticamente corriendo de aquel lugar.

—No te vayas Pía, Pía —escuchaba a mis espaldas, pero no me detendría, necesitaba ver a mí madre y alejarme los más lejos posible de aquel lugar donde los mentirosos predominaban.

Me subí en el ascensor y deje que las lágrimas bajarán por mis mejillas sin permiso.

La sensibilidad era uno de mis rasgos más resaltantes.

Dos minutos después ya estaba en un taxi con destino al centro de salud donde estaba mí madre. Mis manos estaban sudorosas y mis ojos estaban totalmente empañados en lágrimas.

«¿Por qué las personas tienen que mentir? » pensaba, entre tanto una pequeña lágrima se resbalaba por mí rosada mejilla.

La yema de mí dedo pequeño fue pasado por el lugar donde se encontraba aquella gota de agua salada, que había sido expulsada de mí ojo derecho.

—¿Dónde la dejo señorita? —preguntó él conductor con la mirada fija en la carretera.

Salí de mí embelesamiento, a la vez que giraba mí vista en dirección al conductor.

—En el centro de salud que está a unos kilómetros de aquí —el anciano flacucho asintió, mientras continuaba atento a la carretera.

Acerqué mí cuerpo a la ventana de aquel taxi y presté atención al hermoso paisaje, las palmas, los árboles frondosos, los pastos verdes, las aves con sus cantos y bellas sinfonías.

En esos momentos me sentía como sí, fuera la protagonista de una de esas películas tristes que, apesar de odiarlas porque me hacían llorar, continuaba viéndolas.

Mis nervios estaban a flor de piel. Todavía no comprendía cómo fueron capaces de mentirme con respecto a aquello.

Desde este momento solo tenía una idea bastante clara, no sería la madrina de nadie, y menos tendría el valor de estar en el mismo lugar que aquellos seres tan falsos y mentirosos.

Odiaba, despreciaba las mentiras, desde el instante en que había descubierto que mí madre me ocultó que estaba enferma por miedo a dañarme, que cada vez que me preocupaba por sus dolores y solo me decía que todo estaba bien, ocultar la verdad es otra mentira y sobretodo la más dolorosa.

Ser inocente no me impedía saber que las mentiras dañaban más que una verdad. Aquel demonio quería llevarme al punto de un colapso emocional y para prevenir aquello solo podía hacer una sola cosa; alejarme de él para siempre.

Antes de percatarme de que ya habíamos llegado, mí celular comenzó a sonar mostrándome todas las llamadas perdidas que tenía de Ethan y Darla, mensajes pidiendo perdón y que necesitaban hablar conmigo.

—Gracias —pronuncié con la mano extendida y un billete de veinte dólares, pagando mí pasaje.

—Gracias a usted —él señor tomó el dinero, mientras yo abría la puerta y me bajaba lentamente.

En el momento que el auto salió de mí vista, logré divisar a unos metros de mí a quien menos deseaba ver en esos instantes.

Nuestras miradas se cruzaron en el justo momento que una ráfaga de viento pasó, ocasionado que todo el polvo se levantara y una basura entrara en mí ojo derecho, provocando que lo cerrara con rápidez.

—¡Mierda! —exclamé con una de mis manos en mí órbita ocular derecha intentando sacar aquella cosa tan incómoda de aquel lugar.

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