Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 34

Dante Vivaldi.

No soy un hombre que se sume mucho a sus pensamientos, pero; no sé cómo el admirar a semejante espécimen angelical no se me sea imposible, como el hecho de que siempre me demuestre que no es una mujer sumisa, y que mucho menos se dejara usar me atraiga tanto; destrozando los estándares que tenía hasta ahora. Me es inevitable no volverme un esclavo de su mirada o su voz, un adicto a sus respuestas llenas de veneno, a su manera de mantenerse en pie cuando se entera de una mentira, o a su forma de tratar a las personas aún así le hallan hecho daño; dicen que eso se llama madurez; pues supongo que yo no soy lo suficientemente maduro como para actuar de esa forma porque conmigo no vale eso de sí fuiste malo conmigo yo seré bueno contigo; no, no me vale; no puedo esperar a tratarte igual a como me tratasteis a mi, o peor a como lo hiciste.

Supongo que nunca he sido bueno, ni lo seré; porque por más que quiera cambiar mi esencia me es inevitable. Cada uno debe demostrar su verdadera cara a quien se lo merezca y no con cualquiera.

Ella es todo lo contrario a mi, posee esa luz e ingenuidad que la hace verse más hermosa de lo que ya es, su manera de trazarse metas para cumplirlas es también una de las cosas que más me enloquece.

Relamo mis labios completamente fascinado con la maravillosa vista que me ofrecen sus párpados cerrados, no solo es un ángel con los ojos abiertos, también lo es dormida, pero lo más estupido es que aún en su letargo me está volviendo loco, puedo sentir como mi corazón late desbocado y las ganas de probar sus labios con un beso cálido se vuelven cada vez más intensas.

Seco mi cabello húmedo por la ducha de agua caliente, tensando mis músculos con el movimiento repentino y estridente, sonrió desviando mi atención a la enorme ventana de mi habitación, admirando cómo Conan se mantiene lamiendo la mano de la rubia que continúa dormida de tal forma que te sorprendería la forma tan graciosa en la que coloca su mano encima de su rostro, agarrando a mi pastor del cuello como si de un oso de peluche se tratara.

«Hasta mi perro la ama»

Me aproximo a su cuerpo, acariciando sus suaves cabellos dorados, percibiendo el olor a su champú que me estremece por completo, haciéndome tragar en seco por los impulsos que se apoderan de mi ser; a la misma vez que no dudo en plantar un beso en su coronilla con suavidad.

—Eres mi punto débil y no sabes lo aterrador, y emocionante que es eso  —susurro agradecido de que se encuentre dormida, tan profundamente como que no sea capas de escuchar lo que digo.

Me posiciono la toalla en el cuello, poniéndome de pie recibiendo la claridad de la luna adentrarse por lo ventanales de cristal, que alumbran más que nunca la estancia, impactando contra el closet donde se hallan mis conjuntos deportivos.

Abro la puerta, tratando de concentrarme lo suficiente como para cubrir mis tensos músculos antes de que pueda darle un buen ataque al corazón a la rubia.

Sonrió por mis adentros, mordiéndome el labio inferior a la misma vez que escucho la vos ronca y suave de quien me está enloqueciendo de una forma poco usual.

Me decanto por unos chándals negros que no dudo para meterme en ellos, para luego girarme en el momento justo en que sus ojos azules se abren por completo quedándose fijos en mi, no puedo evitar sentir como mi corazón se acelera, volviéndose desbocado sin razón alguna, aunque últimamente solo sabe suceder eso, y más cuando relame sus labios carnosos nerviosa; haciéndome tragar en el acto por las imágenes que se deslizan por mi cabeza, siendo imposible no luchar contra esa necesidad de lanzarme a su boca y devorarla, sus mejillas se sonrojan aumentando la dulzura de un rostro perfilado por el mismísimo Dios que solo te incita al pecado y la lujuria.

El brillo que ofrecen sus pupilas es increíble, y más cuando sin pensar me aproximo a su anatomía que ahora se halla sentada con los pies colgando fuera de la enorme cama moderna con edredones azules y blancos cubriendo sus piernas.

—Buenas noches —susurro, arrodillándome Justo entre sus piernas, posando mi mano en su mejilla con una naturalidad que resulta estupida—; la comida esta lista solo no quería despertarte.

Abre los ojos sorprendida, desviando su atención a la ventana donde se aprecia la inmensa luna iluminar el mundo completamente sola.

—¿Cuanto he dormido? —inquiere rascando sus ojos para despertar por completo.

—Unas diez horas creo —respondo quedándome estático en mi lugar por la mirada que me lanza, a la vez que sus mejillas se sonrojan.

Su mirada me escanea, lo hace de una manera que me estremece hasta el alma; me la hace vibrar, no sé porque razón siento que quiero ser mejor persona por ella; no comprendo como alguien me puede hacer sentir tanto y a la vez tengo el temor de ser rechazado; es mi primera vez comprendiendo algo que ni siquiera conozco, una sensación de ahogo que se cuela en mi pecho, una opresión que me impulsa a no desear ser el malo, el tóxico, ni el hijo de puta que le haga daño a un corazón que no lo merece; sin embargo, me niego; me niego totalmente a darle la oportunidad de joderme, de destruirme como a muchos le ha sucedido; y es que puedo responder por un corazón que es el mío, pero no lo puedo hacer por el de alguien más así lo quiera o no; es una real mierda y por esa razón me voy, alejarme de ella es lo mejor, al menos eso creo hasta el momento exacto en que percibo el toque delicado de sus largos dedos acomodando algunos mechones detrás de mi oreja.

Cierro los ojos, dejando que la palma de su mano se pose en mi pómulo, sintiendo un calor que me queda desde adentro, me destruye y penetra de formas que son inimaginables.

—Yo.... —los nervios me abarcan al mirar esas pupilas azules en las que me pierdo cada día más, tragando al no poder soportar lo que sea me esté pasando; cambio drásticamente de una forma que la desconcierto, y todo debido a las ganas que tengo de besarla—. Mejor vamos a que comas seguro estás muerta de hambre —me alejo de su toque, despreciando ser un hombre tan frío cuando debería ser lo contrario; portarme como un cobarde huyendo de lo que sea me esté pasando no es lo mejor y estoy al tanto, pero me es imposible no despreciar solo el hecho de que si me abro me podría destruir por completo y no estoy preparado para ello.

Elevo mi cuerpo, saliendo de entre sus piernas para encaminarme a las escaleras que dan a la cocina, bajo a toda marcha, queriendo alejarme lo más rápido posible de la rubia que me está provocando tantas inseguridades que es increíble.

Deslizo mi mano por el barandal, apreciando mis paredes y los pequeños cuadros que se encuentran colgando en ella, a la misma vez que llego a la planta baja.

Por el rabillo del ojo la veo, lleva una de mis camisas blancas que le llega hasta por encima de las rodillas, siendo más que visible el largo de sus dedicadas piernas, las mangas cubren sus brazos por completo y no puedo evitar reírme por lo dulce, y jodidamente sexy que se ve llevando eso, llevando algo que es mío y que pronto se impregnará de su olor.

—Lo siento, no tenia nada que ponerme y ... —de un impulso me acerco, cubriendo sus labios con uno de mis dedos mientras mi mano libre agarra su mejilla sonrojada, apasiguando mis acelerados latidos por la estrepitosa cercanía, miro sus pupilas dilatadas por lo que es más que obvio; entretanto, veo el vaivén de su pecho.

—Está noche no seré Dante Vivaldi el hombre que odias —comienzo, delineando con mi pulgar cada una de sus fracciones—, seré una versión que nadie conoce.

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