Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 25

Pía Melina.

El silencio me aturde y mucho más con él; estando en un lugar al lado del hombre que solo sabe sacar mi peor parte, una parte que estoy conociendo ahora y me niego a dejarla que forme parte de mi porque es mucho más dañina de lo pensando. Repleta de emociones negativas que no me gustan.

Los rayos del sol impactan en mi rostro cada vez que gira en una jodida curva y por más que creo que va a manejar como buen samaritano termina obligándome a que me agarre del cinturón de seguridad atemorizada.

No quiero dirigirla la palabra, pero es tan jodidamente difícil ya que si yo soy orgullosa él lo es más y me he dado cuenta de ello. También de que es amante a sacarme de quicio, que si cree que seré otra de sus rollos follas y al otro día no te conozco esta muy mal; sin embargo, a veces me pasan pensamientos por mi mente que son descabellados, crueles y sin sentido ya que por más bueno que esté es un mujeriego sin una pizca de sentimientos por nadie, además que no me creo con la capacidad de querer cambiar o mejorar la personalidad de alguien cuando la mía a veces es un asco. No soy perfecta y estoy consciente de ello porque al final del cuento poseo defectos como todas—como es el ser bastante maniática con el control, algo que en ocasiones me causa problemas, pero es algo de mi personalidad que no puedo; ni quiero cambiar—pero también tengo virtudes que me mantienen en un estado donde muchas personas que me conocen se sienten a gusto con mi forma de pensar y creer las cosas, a pesar de que tenemos puntos muy diferentes en ocasiones, pero en esta vida siempre debemos respetar la opinión de cada persona con respecto a algún tema, por más que no estemos de acuerdo con lo que piensan.

Acomodo mi cabeza en la ventanilla con mi humor yéndose en picada, no sé porque pero cuando de estar cerca de él se trata pierdo la paciencia con una facilidad que es sorprendente pero a la misma vez jodidamente desquiciante. Jugueteo molesta con el dobladillo de mi conjunto resoplando con astio, mordiendo mi labio inferior con unas inmensas ganas de lanzarme del auto lo antes posible; sin embargo, no estoy tan loca como para hacer eso.

Me asfixio casi en el silencio ensordecedor qué pasa por segundos, maldiciendo al no tener idea a donde vamos ya que nos hemos desviado por varias avenidas que desconozco, por donde solo transitan autos de alto estatus que a pesar de mis esfuerzos de querer tener un auto, cada días se me dificulta con los gastos.

—Espero que estes consciente que no iré a ningún lado contigo —suelto siéndome imposible mantenerme en silencio por más tiempo del necesario.

La sonrisa que se apropia de sus labios me saca de mis casillas, casi impulsándome a lanzarle un manotazo que dejo en el aire apretando mis puños con odio.

—Me sorprende que sigas creyendo que necesito de tu permiso para hacer lo que a mi me da la gana cuando de ti se trata —espeta volviendo su atención a la carretera con sus inmensas manos; una en el volante con cuero y otra en la palanca de embrague—, ya decía yo que habías soportado más de lo pensando el silencio.

Termina volviendo al silencio sepulcral que me saca de mis casillas, mientras no dudo en callarme esta vez y es que... el que solo esté tramando secuestrarme e incluso abusar de mi tendrá que soportar mi parloteo de niña pequeña que hasta al más paciente lo termina agotando.

—Debes dejar esa perversa y asquerosa obsesión que tienes conmigo —desvío mi atención a mi impecable manicura, sintiendo su mirada encima de mi.

Unas carcajadas son liberadas de sus labios, desconcertándome más de lo pensando, a la misma vez que relamo mis labios percibiendo mi sangre hervir con el solo sonido de su insoportable risa.

—¿Acaso dije algo gracioso? —inquiero con el odio destilando en mis pupilas.

Su mirada se detiene en mi, entretanto se detiene en un semáforo en la que reconozco como la Avenue, para centrar toda su atención en mi.

—¿Acaso crees que puedo sentir obsesión por ti? —su declaración tan frívola me causa cierto malestar en el pecho, provocando que quiera desaparecer esas emociones que no entiendo en qué momento llegaron a apoderarse de mi.

Mantengo mi mentón en alto como siempre he hecho; pretendiendo que mis inseguridades no están tomando más fuerza de la necesaria en mi interior con las palabras que algunas veces me repetían en el instituto.

Reconozco los daños psicológicos que palabras de personas que deberían darte igual, le das la misma importancia que lo se merecen; creyendo todo lo que cuentan o piensan e incluso dicen sobre ti cuando en realidad no somos perfectos y aún así con imperfecciones nos aman porque... por más que pretendamos que todo lo hacemos bien tenemos derecho a cometer millones de errores, tropezar las veces necesarias con la misma piedra hasta que aprendamos de ello porque de las caídas se aprenden, de los errores se supera y mejora, de las rupturas siempre salimos adelante aunque creamos que es el fin del mundo sino estamos con esa persona. La vida es una sola, tomamos decisiones que nos hieren y repercuten en quienes nos rodean, pero esta en nuestro poder decidir si queremos que nos sigan dañando o nos destruyamos pensando en los millones de posibilidades.

Lo sé; están estas ocasiones en las que me pongo a pensar en los millones de recuerdos dolorosos que he aún permanecen en mi cabeza a pesar de los años que han transcurrido; no soy la típica chicas que se cree perfecta porque como todas estoy al tanto de que todos poseemos ese algo que nos hace especiales en cualquier circunstancia aparente donde hallamos herido a alguien.

Salgo de mi estado de estupor cuando percibo los chasquidos que el castaño realiza delante de mi rostro; sobresaltandome a tal punto que se descontrolan mis latidos a gran escala.

—Aleja tus manos de mi rostro —le propino un fuerte manotazo que parece no causarle nada pero como siempre finge que si es así.

—Deberías probar a no golpearme cuando puedo llevarte al mejor lugar del mundo —sube y baja la cejas con picardía, ocasionando que haga una mueca de asco ante semejante pensamiento.

—¡Eres un pesado! —espeto volviendo a mi estado de niña pequeña con mis brazos cruzados.

Apoyo mejor mi cabeza en la ventanilla del auto tratando de no quedarme dormida aunque comienza a ser inevitable cuando mis párpados se cierran cansados.

—Cuéntame algo que te carcoma la mente —murmuro medio adormilada, percibiendo como su mano se posa encima de la mía, a la misma vez que escucho un suspiro escaparse de sus labios.

El sueño me comienza a vencer pero antes de lo pensando, escucho algo que después deja de estar en mi, e incluso que después no lograre recordar.

—Me estás enloqueciendo Pía Melina —baja su tono cada ves más dejando un beso en mi coronilla—, y lo peor es que me da igual.

Finalmente termine cayendo en los suaves brazos de Morfeo.

Abro lentamente mis ojos, quedando más que sorprendida cuando el auto se adentra al estacionamiento de uno de los restaurantes campestres más hermosos de Vancouver.

Quedo perpleja, tanto que mi enojo quiere disminuir pero no sé lo permito por nada del mundo, además de sentir la intensa mirada del castaño encima de mi delicado rostro. Relamo mis labios, fingiendo total desinterés, mientras por dentro estoy gritando de alegría.

—Supongo que debes tener mucha hambre —asegura, quitándose el cinturón de seguridad con lentitud.

Me cruzo de brazos refunfuñando, desviando mi rostro hacia la ventanilla sin querer cruzar mirada con Dante.

—Pues supones muy mal —reitero demostrando mi molestia de estar con él en uno de mis lugares favoritos y más prestigiosos pero sencillos.

Eleva una de sus cejas y lo sé; por la mirada disimulada que le hecho con el rabillo del ojo, deleitándome con sus seductoras fracciones malditamente sensuales.

—¿Estas muy segura de que no tienes hambre? —inquiere sujetando mi rostro para que lo mire fijamente aunque no quiero.

Voy a asentir muy orgullosa y altanera cuando mi estomago ruge descontrolado pidiendo a gritos algo que lo calme lo más rápido posible.

La sonrisa se extiende en su expresión facial, además de que terminó sosteniendo mi barriga queriendo evitar que escuche el sonido que ejecuta este.

—Pues tú estómago es más sincero que tú —suelta dejándome con la palabra en la boca—, si no quieres comer tendrás que quedarte sola aquí ya que, como bien sabes son unas diez horas caminando hasta la ciudad.

Se baja del auto, cerrando la puerta del piloto con fuerza provocando que me sobresalte temerosa, no sabiendo qué decisión tomar hasta que lo veo alejarse del auto.

Salgo a toda prisa casi cayendo de cara contra el suelo por los tropezones que doy, a la vez que me poso a su lado aún de brazos cruzados.

—No digas nada; solo baje porque tengo hambre no porque te soporte —suelto de golpe tan rápido que me quedo sin aire, mientras camino a su lado.

—No pensaba decir nada —termina acomodando mejor los gemelos de su traje.

Admiro la hermosa fachada de la cafetería con sillas y mesas al aire libre que incluyen pequeñas sombrillas de distintos colores, que le dan sombra; la madera es lo que más resalta junto al techo en diagonal dándole ese toque escultural a la estancia.

Los uniformes de los camareros poseen el nombre del lugar en su delantal, junto a a zapatos negros y un pequeño gorro.

Las ventanas son de cristal templado, con pequeños adornos de navidad que parece no haber sido retirados. Todo en combinación con el campo que nos rodea, el cantar de las aves, los lirios, algunos manzanos y el silencio que nos ofrece una conversación en calma.

Sin embargo, el frío es inevitable en esta parte de Vancouver, tal es la razón que me veo obligada a abrazar mis brazos con mis manos queriendo darme el calor suficiente, aunque lo que me toma por sorpresa es el impulso del castaño.

—No digas nada —demanda con su mandíbula apretada colocándome la chaqueta de traje con el propósito de brindarme calor, pero eso es lo que me provoca una extraña sensación en el pecho que me reconforta.

Me quedo sin palabras al recibir semejante acción, una que nunca creí que saldría de él, pero eso solo me pone a pensar más en probabilidades que me desconciertan.

Tomamos asiento en una de las mesas cerca de la puerta, esperando a que nos sirvan la orden.

Apoyo mis codos en la mesa, cerrando mis manos en puños para acoplar mejor mi barbilla en ella mirando todo mi entorno emocionada y feliz. Uno de mis sueños hechos realidad, aunque siempre pensé que estaría con otra persona y no con alguien que me quiere solo para una noche.

—Me gusta el brillo que tienen tus ojos —su forma de decirlo, su pose de macho prepotente y poderoso es lo que me hace soltar las palabras que pasaban por mi cabeza.

—Quiero que sepas que si haces todo esto para follarme no lo lograrás —advierto, poniendo mi expresión neutral y fría; aunque por dentro sea la persona más cálida del mundo—, sé que estás acostumbrado a tener a todas las mujeres que quieras pero yo no seré una de ellas. Justo ahora tengo una relación con Peter, alguien con la capacidad de amarme como los cuentos de hadas porque me lo merezco y estoy de acuerdo en que es así.

Va a responder cuando la camarera llega lanzándole una mirada algo extraña que me desconcierta, a la misma vez que nos extiende las cartas para pedir lo que más no apetezca.

Mi boca se hace agua con todo lo que leo, ya que gran parte del menú es italiano y es uno de los tipos de comida que más me fascinan en este mundo. Podría comer y comer sin parar cuando de eso se trata.

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