Peligrosa 21+ (COMPLETA) romance Capítulo 12

Dante Vivaldi

Admiro el reloj Tommy Hilfiger de oro blanco que descansa en mi mano derecha, apreciando las manecillas de este moverse constantemente mientras yo solo deseo terminar con esto.

Las reuniones de finanzas e ingresos siempre son desquiciantes y molestas.

El invierno cada vez es más constante, y aburrido; después de esa buena noche de sexo terminé más borracho que una cuba y con un intenso dolor de cabeza que aún continua haciendo mi cabeza latir, a pesar de haberme tomado la aspirina.

Las cortinas blancas que recubren la sala de juntas, se mantienen intactas, la enorme mesa negra se halla en el medio de la lujosa estancia, desvió mi mirada hacia la gran maceta de cerámica dónde se encuentra una hermosa planta de la cual su nombre no recuerdo, junto a las puertas que permiten la salida. Las paredes poseen tonos grisáceos, secos, pero arcaicos.

El suelo está recubierto por baldosas de granito blanco con estampados de diamante.

Una luminosa y costosa lámpara cuelga del techo, ofreciendo la luz suficiente para admirar los rostros de las cuatro personas que me rodean.

Suspiro de cansancio colocando dos de mis dedos en mi tabique estresado, a la vez que mi jefe de finanzas continúa su aburrido discurso de las ganancias, perdidas y bla bla bla.

—Señor —levanto la mirada cuando a mis oídos llegan la incesante vos del español de cabellos negros, ojos azules, con una musculatura semejante a un esqueleto, con un traje negro sin ninguna arruga, con su cabello impecable peinado hacia un lado con una buena cantidad de laca para mantenerlo en su lugar.

En su tabique partido descansan unas gafas negras que ofrecen un toque de perdedor que solo me dan ganas de reírme en su cara.

Mis ojos se cruzan con los suyo, haciendo que el recuerdo de la rubia llegué a mi cabeza; no he sido capaz de sacarla de ahí desde aquel momento, la inocencia de sus fracciones, las reacciones de su anatomía cuando le pronuncie aquello, y sus jadeos es lo que la han mantenido en mi subconsciente, es como si solo pensara en llevar la perversidad a su vida; sin embargo, salgo de mi estupor cuando veo como los labios del español se mueven en señal de que algo debe estar diciendo.

—¿Me está escuchando? —escudriña esperando mi respuesta.

Junto mis manos encima de la mesa, desviando mi mirada a todos los directivos que representan las distintas áreas, mientras relamo mis labios llevando la atención de dos de las mujeres que se mantienen devorandome con su mirada.

—Honestamente... —me detengo, alzando la comisura de mis labios en una sonrisa, pata prepararme a responder—, ni siquiera me interesa lo que menciona.

Me pongo de pie, ocasionando que la silla cree un sonido chirriante que entorpece mis sentidos por unos segundos, para con peligro acercarme a la parte principal de la mesa donde todos esperan a mi demanda u orden.

—Estoy conciente de lo importantes que son estas reuniones a veces; sin embargo, desde hace siete años que no hemos tenido perdidas no reclamos con los productos ofertados —todos asienten, prestando atención a mis palabras, mientras poso mis manos en mi espalda dándome ese toque de superioridad que tanto me caracteriza—, las camionetas de prueba han salido satisfactorias y si estamos en estás para preguntarme sí debemos subir la paga a nuestros trabajadores yo les doy el sí, pero no pidan reuniones cuando todo va llendo mejor que bien, porque incluso la propaganda, las relaciones con diversas empresas y marcas conocidas se nos han sumado, ofreciendo el poder que tenemos. Hemos ganado billones de dólares con la nueva línea de hoteles que deseamos crear, el arquitecto esta creando los planes según lo deseado, incluso nuestros abogados se han mantenido fieles a los contratos que nos van llegando.

Respiro, tomándome el tiempo para calmar la ansiedad que se apodera de mi sistema cuando mis ojos terminan viendo un cabello pelirrojo junto a unas curvas que te harían perder el control.

Trago en seco, odiando las pocas ganas que tengo de ver su rostro, maldiciendo por todo lo alto el haberla conocido en aquellos tiempos, sin saber lo pegajosa y loca que está.

Vuelvo mi atención a mis directivos, recobrando mis fuerzas, calmando mis emociones.

—Avisen a los consecionarios nuevos de Audi, debes informarles sobre unas nuevas reformas que tengo planeadas para las llantas y el interior del vehículo —anuncio, apreciando como cada uno toma nota de lo que le digo—; necesito que contraten a actores profesionales para las portadas de promoción...

Continuó interactuando con ellos, ordenando sin parar hasta que finalmente llega el momento que menos estaba esperando y es salir a enfrentar la realidad de ver a la pelirroja que desprecio.

Deslizo las manos por mi cabello queriendo huir, pero maldiciendo porque lamentablemente no soy un cobarde, es algo que me enseñaron desde pequeño, al menos mi padre siempre ha dicho que hay que saber cuándo retirarse de una batalla.

Me adentro en el corredor que da en dirección a la sala principal, encontrando a mi secretaria con sus gafas, y algunos documentos en sus brazos.

—Señor —me llama acomodando bien los espejuelos en su tabique.

Me acerco un poco más, refunfuñando y maldiciendo porque honestamente ya se la noticia que me dará.

—La señorita Thompson lo espera en su oficina —asegura lo que ya se, mostrando una sonrisa de consuelo que solo me provoca arcadas.

Le doy la espalda, no queriendo decir ni una palabra porque me conozco y se lo que soy capaz de hacer estando enojado, con el odio yendo en aumento con cada paso que doy en dirección a mi oficina; esa que dentro de poco tendré que desinfectar.

Un mechón de mi cabello se entromete en mi coronilla, mientras voy traqueando mis dedos con las miradas de algunas subsecretarias mirándome como lo que soy; un bombón andante.

Respiro, abriendo la puerta de madera, a la vez que levanto la mirada hallando el cuerpo de la pelirroja en mi silla giratoria con esa mirada de depredadora desquiciante que me saca de quicio, junto a el labial rojo que se apodera de sus carnosos labios, con sus hebras ondeadas cayendo en cascada por toda su espalda.

—Chiao ragazzo —cruza sus piernas, mostrándome una mirada coqueta que solo me da más ganas de vomitar de las que ya tengo.

Chiao ragazzo“Hola hombre”

Coloco dos de mis dedos en mi tabique, mientras niego rotundamente negandome a dejarme llevar por el desprecio que siento.

—¿Que haces aquí?  —indago aproximándome a su figura con mis manos entrelazadas en mi espalda.

Una sonrisa adorna sus labios, a la vez que acomoda sus antebrazos en mi escritorio, dejando que su cabello caíga hacia adelante, mostrando el brillo que le debe ofrecer su acondicionador.

—Extraño nuestros momentos de diversión —reitera, posando un mechón de su cabello rojizo detrás de su oreja, mostrando un pendiente de oro rojo largo que combina con la gargantilla que cuelga en su cuello, junto a su más que evidentr escote y el perfecto bronceado que recubre su piel.

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