El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 26

»¡Aagh! —Adriana se agarró la cabeza mientras el dolor le hacía llorar.

Dante sonrió.

—Continúa, ¿qué pasó con tu jefe?

—Me duele. El dolor me está matando. Buaaa... —Adriana frunció los labios y respondió con un tono inocente—: ¿Te estás vengando por lo que pasó anoche? Sé que me equivoqué...

—¿Por qué te equivocaste? —preguntó Dante.

—No debí haberte vendido a las tres señoras... —Adriana respondió con remordimiento—. Por suerte, escapaste. Si no, habrías vomitado sangre y habrías muerto.

—¡Eso es poco probable! —Dante gruñó con frialdad.

—¿Por qué no? Las tres señoras juntas pesan más de doscientos kilos. Sólo su peso es suficiente para matarte. —Adriana parecía haber encontrado su conciencia—. Si estás muerto, ¿quién va a ganar dinero para mí? No te forzaré la próxima vez. Hagamos esto poco a poco y de una manera más sostenible...

—Me alegro de que hayas encontrado tu conciencia. —Dante estaba al fin satisfecho.

—Ehm, ¿cuánto te da tu sugar mommy al mes? —preguntó Adriana con curiosidad—. Dado que te regaló un auto tan caro, estoy segura de que debe ser muy generosa.

—¿Por qué lo preguntas? —Dante tenía un mal presentimiento.

—Sólo tengo curiosidad. —Adriana indagó—: ¿Un millón? —Dante la ignoró.

»¿Ochocientos mil? —Adriana volvió a adivinar. Dante enarcó las cejas.

»¿Quinientos? —Adriana se desesperó—. No puede ser tan tacaña, ¿o sí?

—Qué quieres?

—¿Aún recuerdas el contenido de nuestro acuerdo? —Adriana se acercó con una sonrisa—. El acuerdo establece que tienes que pagarme la mitad de tus ganancias en tres meses. Y las ganancias no sólo incluyen las de Encanto Nocturno...

—¡Lo sabía! —Dante entrecerró los ojos con disgusto—. Eres tan codiciosa como una ninfa. Simplemente no puedes cambiar...

«No debí de haber suavizado mi postura con ella».

Cuando lo vendió anoche a las tres ricas, se indignó. Por eso, lo primero que hizo por la mañana fue darle una lección.

Sin embargo, anoche le envió un mensaje expresando su arrepentimiento y parecía sincero. Además, se enteró por el gerente de Encanto Nocturno de que ella lo había esperado desde la tarde hasta altas horas de la noche...

Por lo tanto, no pudo evitar ir a Encanto Nocturno para ver cómo estaba. Entonces la vio peleando con otras chicas por él. Fue entonces cuando la salvó de nuevo.

Pensó que ella se había arrepentido de manera sincera de sus acciones. Pero poco esperaba que ella sólo quería ganar dinero a largo plazo utilizándolo como gigoló.

—Es parte de nuestro acuerdo. —Preocupada por si se enfadaba, Adriana lo jaló del brazo y lo convenció—: En realidad, es bueno tener una sugar mommy que te cuide. Los ingresos estables son en definitiva mejores que los de los clientes individuales de Encanto Nocturno. Sin embargo, sería aún mejor si trabajaras en ambos lugares. De esa manera, podrías ganar aún más...

Mientras divagaba, no se dio cuenta de que la cara de Dante se había ensombrecido de manera considerable.

»Puedes conseguir unas cuantas sugar mommies. Si cada una de ellas te da quinientos mil, con diez conseguirás cinco millones. ¡Ah! Entonces recibiré dos millones y medio...

Antes de que pudiera terminar, Dante le puso de repente la mano en la nuca y la atrajo hacia él. Le espetó:

—¿Ya no te duele?

—¿Eh? —Adriana se quedó atónita por un instante antes de empezar a sentirse nerviosa. Estaban a sólo un centímetro de distancia el uno del otro. Podía sentir su aliento y el dominio bestial que desprendía.

El ambiente se volvió tenso y peligroso.

Al darse cuenta de que algo iba mal, Adriana se disculpó rápido:

»No te enfades. Sólo estaba haciendo una sugerencia. Si crees que mis exigencias son demasiado, podemos dividir tu asignación en sesenta y cuarenta. Sesenta para ti; cuarenta para mí...

—Creo que hoy no has sufrido lo suficiente.

Dante le pellizcó la barbilla y le frotó los labios con el pulgar. Parecía que estaba considerando cómo devorar a su presa.

—¿Treinta y setenta? —sugirió rápido Adriana—. ¡No puedes esperar veinte ochenta!

—¡Fuera! —Dante detuvo de repente el auto al costado.

—Gigoló, por favor, no te enfades...

—¡Fuera! —gritó Dante mientras un repentino escalofrío caía sobre el auto.

Adriana estaba tan aterrorizada que se desabrochó de manera frenética el cinturón de seguridad. Como se le había acabado la paciencia, Dante la sacó del auto de una patada.

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