El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 77

Cuando los vio, Amanda se empezó a reír. En tono de burla, dijo:

—¡Caramba, así que estos son los hijos bast*rdos que está criando Adriana! Se parecen mucho a ella. Me pregunto quién será su padre perdedor…

—Eres la bruja más maleducada que he visto. —Patricio se burló, hirviendo de rabia. Tomó una escoba y empezó a perseguir a Amanda con ella—. ¡Fuera!

—¡Fuera, fuera!

Fifí aleteó indignada por la habitación, copiando la forma en que Patricio había gritado.

—¡Bueno, eres todo un personaje! ¿Verdad que sí, pequeña bestia? ¿Cómo te atreves a intentar golpearme con una escoba? —La mujer esquivó la escoba de Patricio con destreza y maldijo a Adriana al mismo tiempo—. ¡Adriana Ventura, pequeña bruja, ven aquí ahora mismo!

—Qué poco civilizada eres —dijo Roberto, frunciendo el ceño mientras miraba a Amanda—. ¿No te enseñaron tus padres a ser educada con los demás?

—¡Sé quién es ella! Es la abuela de Santiago —dijo Diana señalando de manera acusadora a Amanda, haciendo un puchero. Con un aspecto bastante desesperado, la niña continuó—: Por favor, vete o llamaremos a la policía.

Roberto tomó el teléfono y llamó de inmediato al departamento de seguridad.

—Hola, ¿es el departamento de seguridad? Hay una bruja malvada en nuestra casa. Por favor, vengan aquí y llévensela de inmediato.

—Bola de mocosos inútiles y sin padre…

—¡Cállate! —Adriana por fin se había podido cambiar y salió de su habitación. Enojada, soltó—: Amanda, debes pensar que soy un blanco fácil. No es la primera vez que apareces para causar problemas en mi casa. No creas que no tengo las agallas para golpearte.

Mientras hablaba, Adriana se abalanzó hacia el cuchillo de la fruta que estaba sobre la mesa de café…

—¡Adriana! Veo que por fin te has decidido a salir —dijo Amanda con burla, aunque estaba bastante asustada—. ¡Bruja! ¿Cómo te atreves a estafar a tu Tío a mis espaldas? Devuélveme la tarjeta bancaria ahora mismo.

Eso hizo que Adriana se quedara helada por un momento. El otro día, Simón le había metido una tarjeta bancaria en la mano. Antes de que pudiera rechazarla, se marchó. Por eso Amanda había venido a buscarla.

—Aclara tus datos. Yo no se la pedí, fue él quien me la dio —dijo Adriana con frialdad—. De todos modos, nunca tocaría un céntimo de la Familia Arriaga.

—Entonces, ¡devuélveme la tarjeta! Deja de hacerte la altanera. Si no quisieras el dinero, ¡nunca habrías aceptado la tarjeta! —gritó Amanda en voz alta.

Lanzó otra mirada nerviosa al cuchillo en la mano de Adriana y retrocedió un poco.

—Iré a buscarla ahora —dijo Adriana, apuntando el cuchillo hacia ella—. Sal y espérame.

—¡Fuera!

La Señora Fresno empujó a Amanda fuera de la puerta y la cerró de golpe tras ella.

—Mami…

Los tres niños corrieron y se amontonaron alrededor de Adriana.

—¿Quién es esa bruja que está fuera de nuestra puerta? ¿Por qué es tan mala?

—Sus padres no le enseñaron a comportarse de forma correcta, así que se salió del camino —respondió su madre, poniéndose en cuclillas para mirar a sus hijos a los ojos—. No malgasten su aliento con este tipo de gente, ni siquiera escuchen lo que diga. Si la ven en el futuro, huyan.

—Entendido. —Los tres niños asintieron de forma obediente.

—Muy bien, vayan a la cocina con la Señora Fresno ahora. —Adriana les dio unas palmaditas en la cabeza y miró a la Señora Fresno, pidiéndole en silencio que cuidara de los niños. Ésta asintió y llevó a los niños a la cocina. Adriana no tardó en encontrar la tarjeta bancaria en su habitación y salió con ella para encontrarse con Amanda—. Aquí tienes la tarjeta, tómala y desaparece de mi vista. Si vuelves a venir a acosar a mi familia, haré que te arrepientas.

—¡Ja! —La otra mujer le quitó la tarjeta y se rio de forma burlona—. ¿Hacer que me arrepienta? ¿Cómo crees que vas a hacerlo? Mira la asquerosa casa en la que vives. Si ni siquiera puedes ocuparte de tus propias necesidades, ¡no te molestes en hacer comentarios tan absurdos! ¿Crees que sigues siendo la rica heredera que una vez fuiste?

—¿Has terminado? —espetó Adriana, interrumpiéndola—. Sí, ahora no tengo nada. Pero esa es la razón por la que tengo las agallas para hacer lo que quiera… —De repente se abalanzó sobre Amanda con el cuchillo de la fruta en la mano. Apuntando al corazón de la mujer, Adriana se acercó más y más a ella, riéndose a carcajadas mientras lo hacía—. Pero tú eres diferente, ¿no? Tienes todo el dinero y el poder que puedas desear. Tu vida y tu cara seguro no tienen precio para ti.

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