El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 27

Adriana se desplomó en el suelo como una rana. Con arañazos y cortes, las palmas de las manos y las rodillas le ardían de dolor.

Detrás de ella, el Aston Martin arrancó a toda velocidad y la dejó en el polvo.

Adriana temblaba de frío mientras se levantaba con lástima. Entonces se dio cuenta de que estaba sola en un puente elevado. Y su teléfono se había quedado sin batería, estaba a punto de echarse a llorar.

«¿Por qué todos los hombres son tan crueles?».

El jefe que conoció durante el día era así y el gigoló de la noche también.

Ninguno de los autos que pasaron junto a ella redujo la velocidad.

Después de estar una hora a la intemperie, consiguió parar un taxi. Adriana lo paró rápido saltando delante con los brazos extendidos.

Esa noche, Adriana se resfrió y durmió tan profundo que ni siquiera el despertador pudo despertarla.

Cuando llegó la mañana, la Señora Fresno la despertó. Mientras se arrastraba para bañarse, le dolía todo el cuerpo.

Cuando la Señora Fresno supo que se había resfriado, le preparó en seguida un té caliente.

Roberto fue al botiquín y encontró una medicina para el resfriado. También le trajo a Adriana un vaso de agua caliente.

—Mami, una vez que termines de desayunar, tendrás que tomar tu medicación.

—Eres un buen chico, Roberto. —Adriana utilizó un pañuelo de papel para taparse la nariz—. Hoy me levanté tarde y voy con retraso. La Señora Fresno te llevará al autobús más tarde, ¿de acuerdo?

—Mami, no te preocupes. Yo cuidaré de Patricio y Diana. —Actuando como un adulto, la expresión de Roberto mostraba que estaba ansioso por asumir la responsabilidad.

—Mami, no deberías ir a trabajar. En su lugar, tómate el día libre y ve al médico. —Diana se sintió mal por su madre mientras ayudaba a Adriana a limpiarse la nariz con sus manos regordetas.

—Estaré bien después de tomar algunas medicinas. No te preocupes. —Adriana siguió bebiendo agua ya que también le dolía la garganta.

—Te serviré un poco de agua —le ofreció Diana.

Cuando Adriana se terminó el agua, Adriana tomó el vaso vacío y le sirvió otro.

—Mami, esta es la medicina para el resfriado que he preparado para ti. Deberías llevarlas al trabajo. —Roberto metió los medicamentos para el resfriado en una cajita y los colocó en el bolso de Adriana.

—Gracias Roberto, gracias, Diana.

Adriana estaba orgullosa de sus hijos. Sólo tenían tres años, pero ya eran muy sensatos.

En ese momento, se dio cuenta de que Patricio no estaba y preguntó rápido:

»¿Dónde está Patricio?

—Patricio está viendo a Fifí hacer popó. —Diana señaló con sus regordetes brazos hacia el balcón.

Patricio estaba de pie en un pequeño banco y miraba fijo a Fifí, que estaba en una jaula. Llevaba un palo en la mano y nadie sabía lo que estaba haciendo.

Dentro de la jaula, Fifí permanecía de pie sin moverse. Mientras sus ojos daban vueltas, estiraba el cuello y se esforzaba por hacer popó.

—Se despertó dos veces a mitad de la noche para comprobar si Fifí había hecho popó. Y esta mañana también ha hecho lo mismo —relató entre risas la Señora Fresno—. Tal vez piensa que Fifí va a defecar ese pedazo de oro.

—Creo que me inclino más a creerle a Patricio... —Roberto enarcó las cejas y se puso serio—. Quizás, su historia sea cierta.

—¡Patricio, ven a desayunar! —gritó la Señora Fresno.

Patricio se acercó a Adriana

—Mami, Fifí hizo popó.

—¿Hay oro? —Diana sonaba ansiosa.

—No, lo revisé con un palo. —Patricio seguía lleno de esperanza—. Tal vez, salga la próxima vez. —Después de eso, dio instrucciones a la Señora Fresno con un tono serio—: Señora Fresno, ayúdeme a comprobar si Fifí defeca algo de oro mientras estoy fuera.

—De acuerdo, de acuerdo, lo vigilaré por usted. Si en verdad hay oro, se lo guardaré. —La Señora Fresno respondió con una sonrisa—. Ahora, coman su desayuno.

Después de desayunar, mandó a los tres niños fuera mientras Adriana pedía un taxi para ir al trabajo. En el taxi, estornudó sin parar mientras los mocos seguían goteando de su nariz. En ese momento se sintió muy mal.

Cuando recordó lo que había sufrido ayer, apretó los dientes con rabia. Maldijo en silencio tanto a Dante como al Gigoló, deseando que fueran impotentes para siempre.

Dentro del Rolls-Royce Phantom, Dante estornudó dos veces y la imagen de Adriana pasó por su mente. «Maldita sea, ¿me habrá contagiado su resfriado?

—Señor Licano —informó Fabián—, el resultado de las investigaciones de Bruno ha salido.

—¡Adelante! —La atención de Dante seguía en sus documentos.

—Pardo le dio el chip a un niño en Galerías Edén —explicó Fabián con el ceño fruncido—. Por las imágenes de seguridad, el niño tiene unos tres o cuatro años...

—¡Busquen al niño en la ciudad!

—Si.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: El increíble papá de los trillizos