VENGANZA EQUIVOCADA (Saga Los Ferrari) romance Capítulo 12

Sebastián, había salido a trotar en el parque, eran poco más de las cinco de la mañana tenía esa rutina diaria, lo ayudaba a pensar, a distraerse y a sobrellevar toda esa situación que aún lo tenía profundamente herido. En una de esas vueltas, vio a una mujer que trotaba mucho más adelante que él, sintió que su corazón se paralizó, era ella, su misma estatura, su color de cabello, sin detenerse a pensar aceleró su ritmo y empezó a gritar —¡Anabella! ¡Anabella!— la mujer no volteaba.

La alcanzó y la tomó por el brazo, ella volteó diciéndole —¡¿Qué hace? está loco!, es un acosador—dijo asustada mientras tomó su teléfono—voy a llamar a la policía.

En cuanto vio su cara supo que no era su Anabella, trataba de calmar a la mujer porque se había puesto histérica —Discúlpeme señorita, no tiene nada que temer, no tengo intención de hacerle daño. Sólo la vi de espalda y la confundí con otra persona.

La joven se quedó observándolo de pies a cabeza y luego más calmada sonrió —Disculpe mi reacción, fue que me asusté por cómo me abordó, pero se ve usted bien, además es muy guapo.

Él se dio cuenta de las intenciones de la muchacha de ligar y se despidió con una sonrisa—Gracias. Discúlpeme nuevamente—y se retiró pensando en lo sucedido, ¿Cuántas veces había pasado por lo mismo? la veía en cada mujer que se le pareciera, había perseguido y hasta mandado a seguir a algunas, estaba enloqueciendo, no podía seguir así, pero ¿Qué hacías cuando nunca viste el cuerpo del ser amado, no pudiste despedirte, tampoco decirle que lo sentías? Tanto su corazón como su cerebro se negaban a ese desenlace.

Unos días más tarde, salieron a una práctica de fútbol, sus hijos, su padre, Alicia, Amine y él. Los niños se habían divertido como nunca pero estaban muy sedientos, por lo cual Sebastián salió a comprarles unas bebidas para que se refrescaran, estaba un poco distraído cuando tropezó con una chica, derramando las bebidas en su blusa, apenado expresó: — Disculpe señorita no...—dejó de hablar al ver el rostro de la chica, se quedó petrificado viéndola, de su boca sólo salían balbuceos, hasta que respiro profundo y preguntó— ¿Eres ella? —No sabía cuántas veces había ido tras una mujer, porque pensaba que era Bella, pero nunca había visto una que pareciera practicamente su gemela.

—Disculpe, me está confundiendo con otra persona—.Le dijo sorprendida, mientras pensaba "no puede ser, es él"—, soy Antonia Cáceres y no creo conocerlo —pronunció con firmeza.

—Yoo, soy Sebastián Ferrari, es un placer conocerla, pero usted me recuerda a ella y es tan hermosa como mi Bella —no podía creerlo, estaba seguro que su mente le estaba jugando una mala pasada.

Desde que Anabella sufrió el accidente, en varias ocasiones había visto mujeres que en principio se le parecían, pero al voltearse no eran ella, pero ésta vez sentía distinto. Desde su accidente, nunca volvió a estar con otra mujer y no era porque las féminas no se sintieran atraídas por él, todo lo contrario no dejaban de perseguirlo, pero ninguna le interesaba. Pero ésta mujer que estaba frente a él, no sólo era exacta a Anabella, sino que había despertado tantas cosas en él, que creyó olvidadas, no era posible. ¿Por qué se parecía tanto?—Te pareces a alguien conocido —expresó él.

—Gracias por lo de hermosa, pero discúlpeme, no tengo por costumbre tener conversaciones con extraños. Y si me parezco a alguien, he oído decir que todos tenemos un gemelo en alguna parte—le dijo nerviosa—, Ah y para la próxima vez, fíjese por dónde camina, no puede andar distraído vaciándole las bebidas a la gente encima —pronunció con énfasis y nerviosa se retiró sin mirar atrás.

—Lo siento —manifestó mientras veía como la chica daba la vuelta y salía corriendo de la cafetería sin comprar nada, él volvió a la caja y realizó otro pedido, mientras pensativo se decía que no podía estar equivocado, esa mujer se parecía demasiado a ella en físico, pero su carácter no se parecía en nada a su Anabella; Pero su tono de voz ¡Por Dios! Debía alcanzarla y conversar con ella, pero se quedó paralizado y no reaccionó, tomó su pedido y salió a buscarla, recorrió varias rutas, pero fue en vano, no la encontró.

Luego de un rato llegó con las bebidas donde se encontraban practicando los niños, al entregárselas Camillo le dijo: —Padre, ésta bebida ya no tiene hielo.

—Lo siento hijo se derritió mientras venía—se disculpó con su hijo.

—Está horrible padre —replicó Taddeo.

—Vayamos todos a comprar unas nuevas —les expresó distraído mientras no dejaba de pensar en Antonia Cáceres, ¿De dónde era? ¿Dónde vivía? ¿Quiénes eran sus familiares? Tendría que mandarla a investigar. Y mientras todos tomaban sus bebidas, él se apartó del grupo y llamó a su amigo y detective, —Peter ¿Cómo estás? Soy Ferrari

—Hola Sebastián, cuéntame ¿Qué se te ofrece?—le interrogó el hombre.

—Quiero que me investigues a una mujer, su nombre es Antonia Cáceres, quiero saber todo sobre ella —pidió a Peter, sintiendo en su interior como bullía la ansiedad.

— ¿Tienes algún otro dato? —indagó el hombre.

—No sé nada de ella, sólo su nombre —manifestó Sebastián sintiéndose un poco impotente.

—Flechado por una mujer Sebastián, cuanto me alegro ya es tiempo que pienses en rehacer tu vida han pasado dos años desde la muerte de Anabella, ya es hora de que comiences una nueva vida —le dijo Peter animado de que Sebastián encontrara una nueva razón para vivir.

—¡Ya cállate Peter! mientras viva, jamás olvidaré a Anabella, era y seguirá siendo la mujer que amo —habló con vehemencia.

—Está bien, la esperanza es lo último que se pierde, yo se que pronto conseguirás con quien rehacer tu vida. Entonces, ¿Qué sabes de esa mujer? —preguntó el hombre.

— Solo tengo su nombre, no sé más nada de ella. La conocí en la cafetería que está cerca del parque Giardino Garibaldi, yo iba saliendo y al tropezarla le vacié las bebidas encima, me quedé en shock cuando la vi, le dije que se me parecía a alguien conocido y luego de cruzar un par de palabras se dio la vuelta y no pidió nada en la cafetería. Ella se le parece mucho o no sé si es mi mente otra vez jugándome una mala pasada. —mencionó ilusionado porque su corazón no dejaba de decirle que se trataba de Anabella, la mujer por la que había sufrido los últimos años.

—¿Hasta cuándo vas a seguir imaginándotela? ¿Sabes las veces que me has hecho ir tras una mujer porque comparte características con Bella? ¡No entiendes! ¡Ya no está!, ¡Se fue! no volverás a verla, supéralo ya Sebastián, sólo te haces daño. ¡Anabella se fue! ¡No va a volver!—le dijo Peter exasperado. Las palabras de Peter le causaban daño, porque él no había perdido la esperanza de que Bella apareciera.

—Su cuerpo nunca apareció y mi corazón siempre me ha dicho que ella está viva. No entiendes lo que es vivir sin la persona que amas, pero a ello súmale el remordimiento por haber sido una escoria con ella—expresó con angustia—. Antonia Cáceres bien podía pasar por gemela de Bella.

—Si eso fue lo mismo que me dijiste hace tres meses. Pero si ella fuese Bella, pregúntate ¿Por qué se alejaría de sus hijos? de ti lo comprendería porque fuiste quien más daño le hizo, pero de sus hijos, no creo —expresó Peter haciendo surgir la duda en su interior.

—No tengo una explicación. Además los gemelos eran su vida. Mi padre, Alicia y Amine me cuentan lo sobre protectora que era con sus niños, ella jamás los hubiese abandonado.

—¿Ves? no te hagas falsas ilusiones, investigaré a esa mujer y te informaré los resultados. Pero te advierto, es la última vez que haré esto por ti, sólo porque una mujer se te parezca a Anabella. ¿Me has entendido? —indicó en con un tono de irritación.

—Está bien Peter. Espero por ti —mencionó mientras en su interior sentía una gran alegría.

Concluyó la llamada y se fue a la mesa con sus hijos y el resto de la familia. Luego de tomar sus bebidas y comer, los niños le dijeron —Padre, Camillo y yo queremos ir al cine, llévanos por favor —pidió Taddeo.

—Pero no querrán irse todos sudados y con esas pintas ¿Verdad? Mejor iremos a casa, nos bañamos, arreglamos y nos vamos a ver la película que quieran. ¿Qué les parece mejor ver una película en casa? Es que tengo pereza de salir—expresó Sebastián.

—No, papi no es igual que en el cine, por más que se tengan los mejores equipos y un cine en casa—indicó Camillo.

—Además padre el bullicio de la gente, los demás niños y niñas corriendo con sus palomitas de maíz, unos divertidos otros molestos, regándolas por todo el suelo y haciendo desastre y ver las caras de sus madres preocupadas por el comportamiento de sus hijos, no tiene comparación. En conclusión, quiero ver gente padre —agregó con seriedad Taddeo.

—Si serás malvado Taddeo quieres ir a divertirte a costa de la gente —le dijo mientras se sonreía y tocaba sus cabellos juguetonamente—. Está bien iremos—respondió Sebastián, observando a sus hijos.

—Cuando ellos dos están de acuerdo y conspiran hay que huirles —manifestó Giovanni, el padre de Sebastián.

—Son unos manipuladores—dijo Amine sonriente.

—Esa característica la heredaron de los Ferrari, porque mi nena era un ángel, en cambio el padre —expresó Alicia con sorna.

—Lo que quieres decir Alicia, es que mis hijos son manipuladores como yo, dilo sin miedo, no metas a todos los Ferrari en esto, después de todo estás casada con uno —declaró Sebastián molesto con ella.

—¡Cierto! Tu padre será quisquilloso y voluntarioso pero no es un manipulador en ese sentido. En cambio tú si lo eres, lo haces con todo el mundo sobre todo con mi hija, te burlaste de ella y le hiciste la vida miserable —dijo la mujer con rabia.

—Y me maldigo cada día que pasa por todo lo que sucedió, soy mi primer verdugo, pero tú Alicia ¿Jamás vas a perdonar mis errores? —preguntó Sebastián.

—No soy Dios, ni mi hija, quienes son los que pudieran perdonarte. Además si no te has perdonado tú mismo, dudo que otro lo haga —expresó con una mueca.

—¡Ambos contrólense! Creo que no es el momento, ni el lugar para que entren en una disputa y menos frente a mis nietos. ¡Frenen sus lenguas! —habló Giovanni enojado.

—Me voy con los niños, nos vemos en casa —indicó Sebastián y tomando a cada niño de su mano, caminó rumbo al auto, pensando en la discusión con Alicia. Al llegar a casa metió a los niños a bañar, les preparó la ropa y lo mismo hizo él. Luego de un par de horas, cuando iban a salir, Amine los estaba esperando—. Quiero acompañarlos Sebastián por si me necesitan.

—Está bien Amine, tú nunca sobras en nuestras vidas. Eres la mujer más importante para nosotros ¿Cierto chicos? —preguntó Sebastián sonriente.

—Claro, mamá le gustaba que Amine estuviera con nosotros ¿verdad Taddeo? —declaró Camillo.

—Si mamá amaba a Amine y nosotros también la amamos—dijo Taddeo mientras le pedía a Amine que se inclinara para darle un beso en cada mejilla, acto que imitó su hermano. Mientras Sebastián pasaba un brazo por encima de su hombro y la abrazaba. Amine era maternal una señora de contextura gruesa, y dulce, era la típica matrona italiana, les encantaba conversar con ella, sobre todo de los años que vivió con Bella; Tenía unos hijos que vivían en Estados Unidos, ella había viajado a visitarlos en un par de ocasiones, pero ella amaba Italia y se negaba a marcharse con ellos, además se sentía como parte de la familia—.Vamos Amine —le indicó mientras subían al auto.

Llegaron al cine, escogieron la película, compraron pop corn para todos, dulces y bebidas, durante dos horas vieron “Coco”, rieron y se divirtieron.

Salieron de la sala e iban caminando por el pasillo mientras hablaban.

—Papá cuando sea día de los muertos, vamos hacer una fiesta y poner un espacio con la foto de mamá como hacen en México —pronunció Camillo.

—Claro podemos hacerlo, nosotros tenemos raíces mexicanas por mi mamá ¿verdad padre? —dijo Taddeo.

—Si, tu abuela Alicia es mexicana —manifestó Sebastián distraído.

—Y prepara los mejores tacos de todo México—expresó Camillo.

—Por Dios Camillo, será de toda Italia. No vivimos en México —respondió Taddeo con fastidio.

—Bueno entonces de toda Italia y de México, ¿verdad papá? —dijo Camillo

—Nunca he probado los tacos que prepara tú abuela —señaló Sebastián, recordando que cuando Alicia preparaba comida para sus nietos y su padre, nunca le preparaba ni le ofrecía comida a él, esa mujer realmente lo detestaba.

—¡Ni lo hagas! cuadno te ofrezca algo ni lo pruebes, seguro te envenena—afirmó Taddeo con burla.

—Mi abuela no es una asesina para envenenar a mi papá, Taddeo —manifestó molesto Camillo.

—Seguro, ella lo adora, tanto que lo quiere bajo tierra, ¡Lo odia!—respondió Taddeo.

—¿De dónde sacas eso hijo? —preguntó Sebastián.

—Lo veo a diario, como te mira y como te lanza indirectas creyendo que nosotros no lo captamos. Creen que no nos damos cuenta, padre tenemos más de cinco años y aunque crean que no los entendemos, lo hacemos perfectamente. Y hoy por primera vez no pudieron simular frente a nosotros y ella te lanzó fuerte acusaciones, dime Sebastián ¿Qué le hiciste a mi madre para que mi abuela no te tolere? Además recuerdo perfectamente que apareciste luego de la muerte de mamá, y lamentablemente asocio tú llegada a la desaparición de mi madre ¿Por qué padre? —señaló Taddeo.

En ese momento, Sebastián justo se tropezó con un hombre y al ver su rostro palideció, su pasado lo seguía, era alguien que pensó no volver a ver jamás —Nickólas —pronunció.

—Dios, tan pequeño es el mundo, cuánto tiempo desde la última vez que nos vimos, claro, fue en Venezuela en la boda de nuestro amigo Lucca Rocco con su esposa Valeria Febres, aunque nunca me diste la cara. Quien lo diría, tener nuevamente ante mí al gran Sebastián Renaldo Ferrari Castello —Sebastián se quedó observándolo inquieto, por lo cual Nickólas continuo hablando—. Tranquilo no te turbes, el pasado es pisado. No tengo rencor hacia a ti. Todo lo contrario si no fuese por ti, no hubiese conocido al amor de mi vida, te presento a mi esposa, Sophía Madrid —mientras le presentaba una hermosa mujer, de larga cabellera rizada color café, nariz respingona, ojos ámbar, con unas cejas bien delineadas y largas pestañas.

—Mucho gusto soy Sebastián Ferrari —dijo extendiendo su mano.

—Sí, se perfectamente quien es. Mi esposo me ha hablado mucho de Usted —le habló observándolo fijamente.

Los ojos de esa mujer parecían la de un gato, su mirada era bastante perturbadora—Me puedes tutear. Imagino que Nickólas no habrá dicho nada bueno sobre mí—pronunció en un poco turbado—, no nos separamos en buenos términos.

—Sabes Sebastián, ahora sólo recuerdo lo bueno de la gente y lo demás lo desecho, hubo un tiempo en que fuimos los mejores amigos, inseparables, hasta el momento...

Sophía interrumpió a su esposo, ese hombre se veía perturbado y además sus hijos estaban con él y uno de ellos escuchaba atentamente, por eso para suavizar el momento se agachó y acarició la mejilla de los niños y dijo: —Estas hermosas criaturas, ¿Son tus hijos? Son un par de ternuritas. Nosotros andamos con los nuestros, Matteo de siete años y Alondra de cinco años con nueve meses, los carga una amiga comprándole unos helados. —expresó con una sonrisa.

—Si son mis hijos, Taddeo Renaldo y Camillo Alonzo, tienen cinco años con cinco meses—dijo Sebastián orgulloso de sus hijos. Los niños extendieron sus manos para saludar a Nickólas y a Sophía—. Y ella es Amine.

—Nuestra abuela —la presentó Taddeo.

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—¿Y tú esposa Sebastián?—preguntó Nickólas.

Una mirada de tristeza reflejaban los ojos de Sebastián, mientras tragaba grueso, pero antes de responder, Taddeo al verlo afectado respondió—Mamá murió en un accidente aéreo, mi padre no tiene esposa y nosotros no tenemos madre.

Sophía apenada dijo—Lo siento mucho, no sabíamos, disculpen.

—Tranquilos, no se preocupen. Todo está bien. Ya han pasado dos años de esa tragedia —Expresó Sebastián.

—Lo sentimos, nunca lo supimos, no estábamos en Italia para esas fechas, estábamos en Argentina haciendo unos negocios. Sebastián, te invito con tus hijos a nuestra casa, los espero mañana. El lunes nos vamos a La Toscana. Vamos a reunirnos antes para hablar, tus hijos compartirán con los míos. Te vamos a esperar. Por cierto ¿Y cómo está tu padre?— preguntó Nickólas.

—Mi padre está bien, es el mismo de siempre, aunque ya no está afanado por el trabajo, ahora su tiempo lo dedica a disfrutar de sus nietos. Bueno debemos irnos, nos vemos —se despidió Sebastián.

—Los vamos a esperar —afirmó Nickólas.

—Si padre, por favor di que iremos, yo quiero conocer a sus hijos —le suplicó Camillo.

Y sin poder evadir la invitación respondió —Allí estaremos Nickólas.

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