VENGANZA EQUIVOCADA (Saga Los Ferrari) romance Capítulo 19

sebastián sudaba frío cuando la escuchó decir: —¡Lo recordé! Recordé mi infancia, a mi papá nunca lo conocí. Recordé mi embarazo y cuando mis bebés nacieron, me los colocaron para que los conociera, besé a cada uno en su frente, antes de que los metieran en una incubadora, eran muy pequeños y delgados, ¡pero tú no estabas conmigo Sebastián!, quiero que me expliques ¿Por qué no estabas a mi lado? —le preguntó molesta.

Todos se sorprendieron, su madre iba a intervenir pero Giovanni, la contuvo y negó con la cabeza. Sebastián le respondió—No pude estar contigo en ese momento.

—¿Por qué no pudiste estar conmigo en el momento más importante de nuestras vidas? Era el nacimiento de nuestros hijos. No se que pudo ser más importante que nosotros. Quiero una explicación convincente.

—Estábamos molestos, habíamos tenido una fuerte discusión y yo me alejé, por eso no supe que los niños iban a nacer ese día —dijo con tristeza—, pero no quiero recordar nada de eso, ahora tenemos que buscar a Taddeo, voy a salir junto con los hombres de seguridad a buscarlos. Mientras, sube a descansar, ven te llevo a mi habitación para que descanses allí.

—Cuando Taddeo aparezca, espero tu explicación y ¿Por qué debo ir a tu habitación y no a la mía? Porque me imagino que aquí tengo la mía —expresó con curiosidad.

—Si, pero no está en condiciones, tiene mucho tiempo que no se utiliza, hay que ventilarla. Mejor te quedas en la mía, te llevo y me uno a la búsqueda de Taddeo—le dijo mientras la subía a su habitación, su maleta ya estaba allí. La hizo recostarse, le dio un par de besos. Y salió de la recámara.

Cuando bajó, Alicia lo estaba esperando enfurecida —Dime Sebastián ¿Qué pretendes?

—No entiendo tu pregunta—manifestó frunciendo el ceño.

—Claro, eres un maestro del engaño. Pero no voy a permitir que te burles de mi hija, no volverás a engañarla. Le voy a contar que la dejaste embarazada, y sólo estuviste con ella por venganza, ¡Nunca la amaste!

—¡Eso no es cierto! Tú sabes que la amo y estos dos años, mi vida ha sido un infierno sin ella, lo sabes Alicia, ¡Tú me viste! no puedes negarnos ahora la felicidad, ella también me ama, siempre lo ha hecho. Y yo también, solo no me había dado cuenta antes, por favor no hagas nada que nos separe, si tu odio es demasiado por mí, hazlo por tu hija y nietos—. Le dijo tomándola de los hombros y suplicándole.

—No podemos engañarla, ella debe saber la verdad, y si después de que la sepa quiere seguir contigo, su amor se habrá sustentado en la verdad, pero no puedes iniciar una relación con engaño —recriminó Alicia.

—Ella aceptó casarse conmigo, te prometo que se lo contaré después de casarnos—indicó Sebastián.

—¡No Sebastián! no puedo permitir que mi hija se casé sin saber la verdad—debatió convencida.

—¿Y si es contraproducente para ella contarle la verdad? —manifestó intentando conseguir que ella desistiera de su idea.

—Llamaré a un médico para que evalué. Y que sea él quien me diga. Pero te juro que de no poder contarle la verdad, haré hasta lo imposible para evitar esa boda—. Mientras Alicia decía ésta última frase, Anabella venía bajando las escaleras y la escuchó.

—Lo haces porque siempre me has odiado —pronunción Sebastián—,no vas a dejarnos ser felices.

—No te odio a ti. He odiado tu actitud, tu prepotencia, tu crueldad y tus aires de superioridad, por eso no permitiré que te cases con mi hija, sin antes…

En ese momento Anabella interrumpió a su madre diciendo: —¿Qué dices? He oído, todo lo que dijiste y no permitiré que te interpongas entre nosotros. Claro Sebastián me lo había dicho en forma jocosa, tú lo querías tanto que gustosamente lo recibirías con un tecito de Cianuro, y veo que no se equivocó. Realmente lo odias, eres una mujer malvada y me pregunto si por esa razón mi padre te abandonó, porque pudo ver tu verdadera personalidad, eres una arpía, que poco le importa la felicidad de su hija. Dime ¿Así demuestras el amor que supuestamente me tienes? —le dijo con furia.

Cuando escuchó eso, lágrimas surcaron los ojos de Alicia y su boca empezó a temblar mientras le decía —Hija no es lo que parece, yo…—pero fue interrumpida por Anabella.

—¡Cállate! no quiero oír tu falsedad —le dijo alterada mientras se alejaba de su madre, como asqueada.

Sebastián la tomó por el brazo y expresó —Bella, no le hables así a tu madre, ella todo lo hace por defenderte, eres su hija y quiere lo mejor para ti—.Luego terminó abrazándola por detrás para calmarla.

—Y aún la defiendes después que dijo que iba a ser hasta lo imposible por evitar nuestra boda ¿Cómo puedes defenderla Sebastián? —inerrogó mientras se enfrentaba a él—, eso no es amor, porque si me amará quisiera mi felicidad.

—Cálmate amor, tu madre no quiso decir eso, por favor, todos estamos alterados por la desaparición de Taddeo—le pidió mientras veía a Alicia, hecha un mar de lágrimas, soltó a Bella, y se acercó a Alicia, le dio pena, porque lo que hacía era para proteger a su hija, que padre no lo haría, por eso con ternura le dijo —. Alicia tranquilízate, Anabella también está muy alterada, esas palabras no son lo que siente, por favor, no llores, por una vez confía en mí—indicó limpiándole las lágrimas.

—¡Por Dios! ¿Por qué debes consolarla, si está en contra de nosotros? No te entiendo Sebastián, no quiero que ella me dirija la palabra. Voy a enloquecer con ustedes—espetó enfurecida mientras subía corriendo las escaleras.

—Ahora mi hija me odia y no quiere tratarme, ¿Qué voy hacer Sebastián? —lloró Alicia.

—Tranquila yo hablaré con ella, cuando sepa las razones te comprenderá y dejará de estar molesta. Te prometo que luego de casarnos le contaré la verdad —pronunció el hombre con sinceridad.

—Vas a perderla si la sigues engañando. La nueva Anabella, la que surgió después que tú la engañaste, no es la misma niña tierna, frágil, inocente que veía a través de tus ojos. No, ésta es fuerte, decidida, implacable, y no creo que tolere las mentiras.

—Lo sé Alicia, por eso tengo miedo—le dijo mientras se pasaba una mano por sus cabellos— ,pero ahora por favor, no quiero analizar nada, sólo quiero encontrar a mi hijo, no estoy preparado mentalmente para ese enfrentamiento, mi prioridad es Taddeo, debe estar en el bosque asustado, tengo que encontrarlo— se despidió, saliendo con otro grupo de hombres en búsqueda de Taddeo.

Sebastián y sus hombres, duraron hasta altas horas buscando a Taddeo, recorrieron cada metro cuadrado de la propiedad, incluso la zona del bosque donde sólo encontraron su pelota de fútbol, sin ningún otro resultado.

Habían notificado a la policía y puesto la denuncia, todos habían coincidido que era un secuestro. Sebastián contó de las amenazas que habían recibido de Leónidas, las cuales fueron confirmadas por Nickólas que también se unió a la búsqueda.

Así fueron pasando días, luego semanas, en ese transcurrir del tiempo la policía acudió a la propiedad que tenía Leónidas al norte de Italia, específicamente en Turín, sin embargo, no localizaron al niño.

Acusaron a Leónidas del secuestro de Anabella y allí supieron que luego del accidente, él mandó a sus hombres a que la llevarán a su casa, mientras hacía creer que había desaparecido, ella duró más de un mes recuperándose de sus heridas y al despertar no recordaba nada, lo que le permitió sostener por mayor tiempo la mentira de que era su prometida, y aunque no encontraron prueba por la culpabilidad en el secuestro de Taddeo, pudo ser condenado por los delitos cometidos en contra de Anabella.

Pero el desgraciado se negaba a confesar el paradero de Taddeo, por ello Sebastián fue a visitarlo un par de semanas después de su sentencia. Ingresó al centro penitenciario donde estaba recluido para conversar y él muy truhan se burló diciéndole —Lástima Sebastián, tienes a Bella pero no tienes al gemelito, ¿Cómo es que se llama? ¡Ah sí! Me recordé, el geniecito Taddeo, sí Taddeo Renaldo como tú. Me imagino que perder a Bella con todo lo que le hiciste y pensando que la odiabas debió sentirse fatal, ¡Qué desgracia!, pero imagínate perder a uno de los hijos que rechazaste primero, pero con tan sólo verlos te diste cuenta que eran tus hijos, y con quien has pasado dos años conviviendo, cuidándolo y amándolo. ¡Qué lástima! no volverás a verlo nunca, jamás lo encontrarás. Aunque aún no decido sacarlo a otro país y venderlo, abandonarlo a su suerte o matarlo y entregártelo para que tengan un cuerpo sobre el cual llorar— expresaba, mientras lanzaba grandes carcajadas.

—¡Te voy a matar maldito! si le haces algo a mi hijo juro que te despedazo con mis propias manos, ¡Eres un miserable! Agradece que este cristal nos separe porque todos tus dientes te los hubiese reventado ¿Cómo pudiste hacerme esto? Se supone que eras mi amigo —Dijo enfurecido.

—No, nunca fui tu amigo, sólo era compañero de algunas farras, tú siempre lo has tenido todo, naciste en cuna de oro, todo lo has obtenido y te ha llegado fácil y hasta la mujer que yo quería también la tuviste, y te diste el lujo de despreciarla cuando yo me moría por estar con ella, lo investigué todo sobre ustedes. Y cuando yo la tuve la encontraste y me la quitaste. Mientras yo, he tenido que luchar en la basura y mancharme mis manos para obtener lo que tengo y ahora por tú culpa lo he perdido todo. No Sebastián, no te voy a dejar ser feliz, te quedarás con Anabella pero no volverás a ver a tu hijito. Vas a tener que sufrir maldito—Leónidas se levantó de la silla.

Sebastián le gritó. —Dime ¿Qué quieres? Lo que me pidas te lo doy,—expresó desesperado—, pero por favor por lo que más quiera, te lo suplico, no dañes a mi hijo. Si quieres dinero, casa, yates, cualquier propiedad es tuya a cambio de la vida de mi hijo.

—Ja ja ja. Sebastián suplicando. ¡Si! tienes algo que yo quiero. ¿Estás seguro que me darás lo que pida? A cambio de tu hijo.

—Si, lo que me pidas es tuyo, si me das a mi hijo —le dijo desesperado.

—Bueno está bien. Es un trato. Dame a Anabella y te regreso a tu hijo—manifestó sonriente—, me dijiste que me darías lo que te pidiera, esa es mi condición.

—¿Estás demente? Me refería a bienes. No a mi familia. No puedo darte a la mujer que amo a la madre de mis hijos. Además jamás vas a salir de aquí.

—Bueno entonces veremos que es más fuerte, ¿Tú amor de padre o el amor por la mujer que amas? —espetó burlesco.

—Eres un desgraciado te vas a podrir en la cárcel. Miserable —gritó mientras Leónidas se alejaba del cristal.

Y así fue pasando el tiempo, los días se fueron convirtiendo en semanas, estas en meses y aún no encontraban a Taddeo. Los días habían sido angustiosos, a Sebastián la culpa lo carcomía y la ausencia de su hijo no le permitía dormir, había dejado sus negocios en mano de socios, se había desvinculado de todo, su único propósito era encontrar a su hijo, ¿Será que su destino era no ser feliz?, primero la serie de confusiones que lo llevaron a vengarse de la mujer que amaba y a pensar que ella le había sido infiel con otro, luego su orgullo, el accidente de Anabella y su desaparición y cuando al parecer, piensa que va a ser feliz y por un condenado error castiga a su hijo sin razón, no se lo lleva y lo secuestran, ¿Qué más podía sucederle? Su vida se había convertido en un ring, golpeándolo siempre donde más le dolía.

Había llegado hacía un momento, supuestamente para comer pero nada le provocaba. Los únicos momentos de tranquilidad, por decirlo de alguna manera, era cuando se reunía con Camillo y Anabella. Camillo aunque estaba triste por la desaparición de su hermano, exigía atención, estaba un poco retraído y no quería que cayera en depresión, debía evitarle sufrimientos a su hijo.

Se encontraba sentado en el jardín, cuando apareció Anabella, con los ojos rojos por el llanto y decaída, preguntándole—¿Hoy tampoco lo has encontrado? —habló en un susurro, su voz ronca de tanto llorar.

—No amor, lo busqué pero tampoco lo encontré. Hemos empezado a revisar en las distintas propiedades de Leónidas y estoy dando una recompensa para quien logre darnos una información sobre el paradero de nuestro hijo —informó Sebastián.

—Tiene que haber sido ese desgraciado, porque si lo hubiesen secuestrado por dinero, ya habrían pedido rescate. ¿Por qué no lo encuentras Sebastián? Creo que no estás haciendo todo lo posible por encontrarlo. No estás siendo diligente, ¿Por qué mi hijo sigue sin aparecer? No comprendes que quiero a mi hijo a mi lado —habló llorando—, me estoy muriendo de la angustia, por tenerlo en mis brazos. ¡Encuéntralo Sebastián! Por favor.

Sebastián con los ojos tristes expresó —¿Y qué crees que he estado haciendo Anabella?. Estoy buscando a mi hijo, no he dejado parte de Palermo, Turín, Florencia, hasta Roma, donde no lo he buscado. Me he ido por días buscándolo, ni descanso he tenido. ¿Crees que me siento bien, cada vez que salgo y no lo encuentro, o te parece que es mi voluntad que mi hijo no aparezca porque me fascina estar viviendo ésta zozobra? —exclamó exasperado—. No hay persona con quien no haya hablado, tengo a la policía, a Peter, a Liuggi el hermano de Sophía, desplegados buscándolos, hemos hablado con directivos, docentes, compañeros de clase y no he obtenido algún detalle o pista sobre el paradero de Taddeo. Estoy angustiado, no sé que mas hacer. ¿Dime qué hago mujer? —pronunció desesperado.

—¡Lo siento! Es que me angustio y no se lo que digo, tú también estás sufriendo, perdóname. Es que tampoco entiendo, si ya íbamos a estar todos juntos felices, venía tan ilusionada de ver su carita, de abrazarlo y besarlo ¿Por qué suceden estas cosas Sebastián? —pronunció con un lamento.

—No lo se amor. Tampoco lo entiendo, pero no debemos dejarnos vencer, debemos ser fuertes por Taddeo, que debe estar deseando que demos con él. Por Camillo, que está un poco extraño desde la desaparición de su hermano, por ti y por mi amor, debemos ser fuertes por todos nosotros.

—Amor, y también por nuestro bebé —manifestó Anabella.

—Si amor, ya lo dije por nuestros bebés —indicó dándole un beso.

—No me refiero a los gemelos —expresó tomando su mano y colocándosela en la barriga—, lo digo por el bebé que estoy esperando.

—¿Qué? —dijo Sebastián con cara de sorpresa.

—Si estamos esperando otro bebé —manifestó Anabella con lágrimas en los ojos.

—¿Es cierto?¿Cómo? ¿Cuándo? Oh por Dios, claro que sé cómo. Debes cuidarte, no debes alterarte. Te prometo que no descansaré hasta encontrar a nuestro hijo, no quiero que nada te altere —habló mientras la besaba y abrazaba.

—Es difícil que no me altere porque no estaré en paz hasta que aparezca Taddeo. Pero prometo que voy a alimentarme bien. Aunque las náuseas sean muchas —se comprometió Anabella.

—¿Y cuando te enteraste?—indagó el emocionado por la noticia.

—Sospechaba, porque tenía dos semanas de retraso, pero fue ayer que lo comprobé. Tengo como seis semanas. Creo que lo concebimos el día que me encontraste llorando desesperada por Taddeo, ese día empezaste a consolarme y terminamos haciendo el amor.

—Claro que lo recuerdo amor. Esta noticia me reconforta, pero seré totalmente feliz cuando tenga a Taddeo con nosotros. Apenas aparezca nuestro hijo, pediré una licencia para casarnos por el civil y luego de un tiempo lo haremos por la iglesia ¿Qué te parece? —indicó con mucha ilusión.

—Si estoy de acuerdo —le dijo mientras se besaban y abrazaban.

Luego de la noticia del embarazo, Sebastián continuo en la búsqueda de Taddeo, y un par de días más tarde recibieron la noticia de que habían ubicado a un niño con las características de Taddeo, en Florencia, lo dejaron en las afuera de un hospital, con altos signos de desnutrición, de inmediato Sebastián mandó a preparar el jet, iba a ir sólo pero Anabella no quiso quedarse.

—¿Para dónde crees que vas sin mí Sebastián? —indagó con un tono de molestia.

—Voy a Florencia, tuve noticias de un niño con la característica de Taddeo en el hospital—respondió.

—Si escuché. Yo también voy y no acepto discusión—expresó con firmeza.

Respiró profundo, cuando a ella se le metía algo entre ceja y ceja no había fuerza que la hiciera cambiar de opinión—Está bien. ¿Lista?

—Totalmente —manifestó preparada para ir por su hijo.

Así salieron y en menos de cuatro horas, habían llegado a su destino, los esperaba un vehículo, se dirigieron al hospital que les habían indicado, cuando llegaron, efectivamente era su bebé, le informaron que presentaba un cuadro grave de deshidratación, tenía espasmos musculares, delirios, problemas de equilibrio, disminución del volumen sanguíneo y presión arterial, lengua hinchada y fallo renal, alteraciones en el sistema nervioso central, le practicaron exámenes de sangre y orina. Para combatir su estado, le estaban suministrando sales y líquidos por vía intravenosa.

Cuando vieron a su hijo, ambos lo abrazaron y lo besaron felices. Sabían que pronto estaría bien. Habían pasado un par de horas desde que llegaron. Pero Anabella se veía agotada, por ello Sebastián le dijo:—Debes ir a descansar, te llevo a la villa y luego vengo para estar con Taddeo.

—¡No me iré! me quedo aquí, no voy a dejar a mi hijo—pronunció terca.

—Amor en tu condición debes descansar, no puedes poner en peligro tu vida y la del bebé. Yo te mando a llevar para no dejarlo sólo.

—Sebastián te dije que no. ¡Me quedaré aquí! —habló cruzando sus brazos con gesto de molestia.

—Mujer no seas terca. Por lo menos permíteme conseguir una habitación en el hospital para que estés cómoda y descanses. —indicó saliendo de la habitación sin esperar repuesta.

Luego de un rato le informó—Encontré una habitación. Vamos para que descanses, también mandé a pedir ropa y productos de aseo personal para ti.

—Sebastián, ¡No quiero!— dijo con énfasis.

—Pues, quieras o no tendrás que ir a descansar, y no acepto negativa—expresó con voz firme.

—¡Eres un tirano!, ¿lo sabías?—espetó furiosa.

—Llámame como quieras. Vamos para que descanses. Te acompaño a la habitación y luego regreso con Taddeo—Y así la llevó a la habitación mientras ella enojada, iba protestando.

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