El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 9

—¿Cuánto crees que puedo ganar en una noche? —El hombre hizo girar con ligereza su vaso y le lanzó una mirada divertida—. ¿Y si nadie pide mi servicio?

—Eres bastante guapo. Si estás dispuesto a trabajar duro, podrías acabar siendo el mejor acompañante de Encanto Nocturno. —Adriana escudriñó su figura con cuidado antes de que su mirada se posara en su ingle.

»He oído que los acompañantes normales cobran de cuatro a cinco mil por cada ronda de servicio, y de ocho a diez mil por el servicio nocturno. Tú puedes ganar al menos diez mil por noche, ¿verdad?

—Entonces, ¿sólo tengo que darte cinco mil cada noche? —La sonrisa del hombre se intensificó—. Eres fácil de satisfacer, ¿eh?

—¡Claro que no! —replicó Adriana de manera apresurada—. ¡Quiero decir, al menos cinco mil! ¡Al menos cinco mil cada noche! Para compensar el error que cometiste esa noche, tienes que trabajar duro para compensarme, ¿entendido?

—El dinero no es un problema —dijo el hombre sin darle importancia. Curioso, preguntó—: Pero ¿cómo fue que me reconociste?

—Por el tatuaje de la cabeza de lobo que tienes en la cintura. ¡No equivoco! —Adriana temió que lo negara.

—¿Así que no sabes cómo soy en realidad? —La mirada del hombre era penetrante.

—¡Dah! —contestó Adriana con exasperación—. Estaba tan borracha esa noche que ni siquiera supe cómo eras.

El hombre dio un sorbo a su vino y sonrió, sin decir nada.

»No intentes eludir tu responsabilidad. Si no, presentaré una queja al gerente. —Adriana añadió—: Ah, he oído que también eres travesti. Si se enteran de eso, seguro que pierdes tu trabajo.

El hombre se puso rígido y entrecerró los ojos de manera peligrosa.

—¿Travesti?

Adriana carraspeó.

—¿Tienes miedo? —Sacó un bolígrafo de su bolso y escribió un sencillo contrato—. Aquí, lo dejo todo claro. A partir de hoy, tienes que compensarme con la mitad de tu salario diario durante tres meses. Firma aquí y estampa la huella de tu pulgar aquí. Es un trato hecho. —Le puso el bolígrafo en la mano.

—¿Soy el único gigoló que frecuentas? —El hombre miró las escuetas palabras del contrato y enarcó una ceja—. ¿No me digas que tienes una pila de estos contratos en casa?

—¿Estás loco? ¿Crees que estoy tan urgida? Acostarme contigo fue un accidente. Has sido el único hombre con el que me he acostado —soltó Adriana con rabia.

Cuando se dio cuenta de lo que acababa de decir, su cara se sonrojó de vergüenza. Las comisuras de los labios del hombre se levantaron en una sonrisa de satisfacción. Firmó el contrato sin decir nada, pero su firma era un garabato ilegible al final de la página.

Adriana pensó que eso no era suficiente y le acercó la palma de la mano. Le mordió el pulgar con fuerza. Cuando salió una gota de sangre, ella estampó su dedo en el contrato de inmediato.

—¡Ja! —Ahora, el contrato era válido y Adriana estaba contenta—. Ya no habrá vuelta atrás en tus palabras. Muy bien, dame tu sueldo de hoy.

—Todavía no he empezado a trabajar por esta noche. La abrazó y le rodeó la cintura con el brazo. Pasando sus labios por la mejilla de ella, le dijo—: ¿Por qué no eres mi primera clienta de hoy? Te haré un descuento del 50%.

—¡Ni se te ocurra! —Adriana se zafó de su abrazo y lo apartó de un empujón—. Aléjate de mí. A partir de ahora, ¡tu trabajo es esforzarte y pagar tu deuda!

—¿Estás tan dispuesta a hacerme vender mi cuerpo? —inquirió el hombre, mirándola fijo a los ojos.

—Sólo eres mi vaca lechera. ¿Por qué no iba a estar dispuesta? —Adriana sacó su teléfono—. Intercambiemos números para estar en contacto.

El hombre tomó el teléfono de Adriana e introdujo su número. Estaba a punto de guardar su nombre cuando Adriana se lo arrebató, guardando su nombre como «Gigoló Deudor».

Al ver eso, sus cejas se juntaron con desagrado.

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