El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 31

»Señor Ferrera, tenemos que irnos porque aún tenemos una reunión a la una —le recordó de nuevo el guardaespaldas.

Héctor echó otra mirada a Adriana antes de pasar junto a ella y marcharse. No dijo ni una palabra en todo el tiempo. De pie, Adriana escuchó los pasos de Héctor mientras se marchaba. Su corazón se sentía como un trozo de cristal que se rompe en pedazos.

«¿Qué ya no me reconoce? ¿O decidió no hacerlo? Quizá sólo sea una sombra en su corazón. Una mancha en su vida. No quiere sacar el tema ni tener nada que ver conmigo».

Con ese pensamiento en mente, Adriana sintió como si un cuchillo le cortara el corazón.

—¡Llegas tarde! —La voz de Dante sonó detrás de ella y como si el mismísimo Diablo le estuviera dando una advertencia. Adriana llevó la comida a la sala de reuniones con aspecto hosco—. ¿Es este el desayuno que compraste?

Fabián le quitó la comida de las manos y la colocó en la mesa una por una.

«Pizza, bocadillos de carne, café... Es lo que pidió. Sin embargo, algo no parece estar bien».

—¿De dónde los sacaste? —preguntó Fabián.

—De la cantina. —Adriana estaba inexpresiva, ya que sus pensamientos seguían girando en torno a Héctor.

A menudo había fantaseado con cómo sería cuando se reunieran. Sin embargo, esto no era lo que ella esperaba.

«Héctor debió de despreciarme al verme en tan miserables circunstancias».

El hecho de que retrocediera medio paso y la mirada indiferente de sus ojos, la hicieron sentir como si no la conociera en absoluto.

—¿Cómo es esto aceptable? —reprendió Fabián—, le he dicho que el Señor Licano quiere pizza de La Bella Italia, los bocadillos de carne de Listón Azul, el café artesanal de San Lorenzo...

—Es un humano como cualquiera de nosotros. Si nosotros podemos comer, ¿por qué él no? —Adriana no pudo aguantar más y empezó a desahogar su frustración.

Si Dante no le hubiera pedido que fuera a desayunar, no se habría topado con Héctor. Dante, que estaba sentado en un sillón giratorio de cuero, levantó la mirada de los documentos que tenía en la mano y fulminó a Adriana con la mirada.

—¡Esto es absurdo! —espetó Fabián—, ¿cómo se atreve a hablarle así al Señor Licano? —Adriana lo ignoró mientras se daba la vuelta para marcharse.

—Preséntate mañana en el departamento de intendencia —declaró Ben por detrás de ella.

Adriana se detuvo en seco y se dio la vuelta. Se quitó la etiqueta de empleada y la tiró sobre la mesa.

—¡Renuncio! —Esta vez, por fin lo dijo. No hubo necesidad de armarse de valor ni de pensar demasiado en las consecuencias.

—Erm... —Fabián se quedó atónito.

—¿Qué dijo? —Dante entrecerró los ojos y la miró profundo.

—Dije que... ¡Renuncio! —Adriana levantó la cabeza y lo miró directamente. Despotricó emocionada—: ¡No voy a entretener más sus volátiles e irregulares emociones!

De manera increíble, Dante no se enfadó. En cambio, una leve sonrisa surgió en su rostro mientras la miraba con interés.

Fabián y los demás guardaespaldas se quedaron atónitos. Era la primera vez que alguien se atrevía a replicar a Dante.

«¿Esta mujer está loca?».

—Le sugiero que vaya a ver a un psicólogo. Debería curar su enfermedad cuanto antes. —Después de lanzar una mirada furiosa a Dante, Adriana se marchó con la cabeza bien alta. En ese momento, sintió que era lo más genial que había hecho nunca.

Nada más salir de la sala de reuniones, Adriana recibió una llamada de la Señora Fresno.

—Señorita, ocurrió algo terrible.

—¿Qué pasó? —preguntó Adriana con ansiedad.

—La maestra del jardín de niños llamó y dijo que tanto Roberto como Patricio se metieron en una pelea. Incluso rompieron la ventanilla del auto de alguien y el dueño nos pide una indemnización de ochenta mil.

—¿Qué? ¿Ochenta mil? —A Adriana se le cayó el corazón—. ¿Están tratando de estafarnos? Voy a ir ahora mismo.

»Mmhm. Voy en camino, nos vemos allí. —Tras finalizar la llamada, Adriana volvió al departamento de seguridad para cambiarse. Después de eso, se fue deprisa a la Guardería Manzanita.

Cuando llamó a la profesora de Diana, ésta le indicó que se dirigiera a la oficina de la Directora.

Al darse cuenta de la gravedad de la situación, Adriana se apresuró a ir allí rápido.

Cuando llegó a la puerta, escuchó una voz altiva.

—Estos dos niños no sólo golpearon a Santiago, sino que también rompieron la ventanilla de mi auto. No voy a dejar pasar este asunto.

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