El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 21

Dante llevaba unas gafas de sol y vestía un traje informal de color hueso, con un aspecto frío y dominante.

No respondió a la pregunta de Adriana, sino que se quitó el anillo de oro negro que llevaba en el dedo índice y lo tiró a la piscina. Con esa misma aura dominante a su alrededor, ordenó:

—¡Vaya por él!

—¿Eh? —Adriana se quedó atónita, incapaz de comprender por qué Dante estaba haciendo esto.

—¿Mm? —Dante enarcó una ceja arrogante.

—Señor Licano, ¿lo ofendí de alguna manera? —Adriana preguntó nerviosa—: ¡Si he hecho algo malo, le pido disculpas!

—¿Va a ir por él o no? —Dante mantuvo las cosas claras y concisas.

—Yo... —Adriana quería decir algo, pero temía perder su trabajo. Así que no tuvo más remedio que reprimir todas sus quejas y quitarse los zapatos de cuero para recuperar su anillo de la piscina.

En cuanto entró en la piscina, le empezaron a castañear los dientes por el frío.

Era principios de invierno, así que el agua de la piscina estaba helada, sobre todo cuando pasaba el viento.

Adriana tembló, pero sólo pudo armarse de valor y bajar la cabeza al agua en busca de su anillo.

En el sillón, los labios de Dante se dibujaron en una sonrisa de satisfacción al verlo.

Encontrar un objeto tan pequeño en una piscina enorme era como buscar una aguja en un pajar.

Adriana se abrazó a sus brazos mientras temblaba de modo violento. Después de más de media hora, por fin vio el anillo.

Se sumergió de manera frenética para recuperarlo. Cuando se levantó, todo su cuerpo estaba empapado.

Se echó el cabello largo por encima del hombro y se limpió el agua de la cara, gritando de alegría:

—¡Lo encontré!

La luz del sol se reflejaba en el anillo, haciéndolo deslumbrar de una manera maravillosa, y su sonrisa también parecía en especial brillante.

Los labios de Dante se curvaron en una sonrisa helada mientras le hacía una señal con el dedo.

Adriana se apresuró a salir de la piscina y le devolvió el anillo.

»¡Aquí tiene su anillo, Señor Licano!

Dante levantó los ojos para mirarla y el deseo ardiente fue llenando su mirada.

Aunque Adriana no llevaba maquillaje, su belleza pura y natural, así como su inherente temperamento noble, eran más que suficientes para compensarlo.

Como estaba por completo empapada, su blusa blanca y su falda negra se ceñían a su cuerpo, mostrando su perfecta figura curvilínea, haciéndola parecer tan seductora como siempre bajo el brillante sol.

»¡Señor Licano! —Adriana seguía temblando de frío y no se dio cuenta del cambio en la expresión de Dante.

Dante retiró su mirada y le quitó el anillo. Antes de alejarse a paso ligero, le dejó una sola instrucción.

—Vuelva a cambiar el agua y tome un baño antes de irse. —Adriana observó su espalda mientras se marchaba y rechinó los dientes de rabia.

«¿Qué rayos le pasa a este Demonio? ¿Tiró su anillo a propósito y me hizo recuperarlo sólo para atormentarme? ¿Qué le hice?».

—Achú... achú…

Una ráfaga de viento pasó, haciendo que Adriana se estremeciera con su ropa y estornudara varias veces seguidas.

Sin más remedio, repitió el proceso de limpiar el lugar y cambiar el agua de la piscina.

Cuando terminó, tomó un albornoz del sillón y se lo puso alrededor de su cuerpo casi congelado antes de volver a bajar a toda prisa.

Estaba chorreando agua y estornudando de manera continua en el elevador. Lo único que quería era apresurarse a los vestuarios para secar su ropa lo antes posible.

Por desgracia, se encontró con Marco justo cuando se abrieron las puertas del elevador.

Marco estaba esperando el elevador con un documento en la mano. Al ver a Adriana con cara de recién salida de la ducha, sus ojos se iluminaron de inmediato.

—Bueno, ¿qué tenemos aquí?

Adriana lo ignoró y se dirigió rápido al baño. Mientras tanto, Marco la siguió sin pensarlo dos veces.

El baño del vestuario era pequeño y rara vez lo utilizaba nadie. Justo cuando Adriana iba a cerrar la puerta, Marco irrumpió en él y cerró la puerta tras de sí.

—¿Qué demonios estás haciendo? —gritó Adriana alarmada.

—Vaya, vaya, vaya, Adriana. —Marco miró su albornoz y se burló—: No sabía que fueras tan ambiciosa. Incluso te has fijado en el Señor Licano.

—¿Qué? —Adriana estaba desconcertada.

—Bajaste del piso 68 y llevas el albornoz del Señor Licano. Por no hablar de que tienes el aspecto de una mujer licenciosa liberada, así que no niegues que has subido para seducir al Señor Licano.

Los agudos ojos de Marco recorrieron el cuerpo de Adriana, ardiendo de lujuria.

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