El increíble papá de los trillizos romance Capítulo 2

Al oír el nombre «Ferrera», Adriana echó un vistazo al convoy y vio el escudo de los Ferrera en los autos.

«¿Están aquí por mí?». Se emocionó al pensar en ello.

«¿Será que Héctor no me traicionó? ¿Canceló nuestro compromiso porque no tenía otra opción entonces? Ahora que sabe que he vuelto, ¡debe estar aquí para recogerme!».

—Señorita, ¿está el Señor Ferrera aquí para recogernos?

Una emocionada Señora Fresno estaba a punto de dar un paso adelante cuando dos guardaespaldas los apartaron con brusquedad.

Al momento siguiente, salió una elegante mujer vestida con ropa cara, flanqueada por un séquito.

Los labios de Adriana se separaron con sorpresa.

«¿Qué no es Selene?».

Selene iba vestida con un traje de diseño. Parecía más elegante que hace cuatro años.

Tenía los dedos enroscados en una manita de un niño de la misma edad que los trillizos de Adriana.

—Señora Ferrera, Santiago, por aquí, por favor —los guardaespaldas los saludaron con amabilidad.

—No volveré a tomar el tren. Es asqueroso y está lleno de prole —declaró Selene, cubriéndose la nariz con el pañuelo con desdén.

—Sí, sí. Si no fuera por el clima, el Señor Ferrera no los habría dejado sufrir a usted y a Santiago. —Los guardaespaldas acompañaron a Selene y al pequeño a un auto.

Tanto Selene como su hijo eran tan arrogantes que ni siquiera miraron a su alrededor. Por lo tanto, no notaron a Adriana entre la multitud.

—¿Qué está pasando? —La Señora Fresno reconoció a Selene y soltó—: ¿No es esa su prima? ¿Ahora está casada con el Señor Ferrera?

—Eso creo.

Mientras el convoy de los Ferrera se alejaba, Adriana recordó la promesa de Héctor en el pasado.

«Dijo que sería su única mujer en esta vida. Pero ahora, está casado con mi prima. ¡Incluso tienen un hijo así de grande!».

Lágrimas punzaron los ojos de Adriana mientras le ardía la nariz.

—Mami, ¿qué sucede? —Cuando los niños vieron los ojos enrojecidos de Adriana, los tres la rodearon y expresaron su preocupación.

—Estoy bien. —Secándose los ojos, Adriana se arrodilló y atrajo a los tres para abrazarlos.

—Mami, no estés triste. Cuando sea mayor, te compraré un enorme auto. Así no tendrás que sufrir más —le ofreció su hijo mayor, Roberto. Él pensó que ella estaba molesta porque alguien la había intimidado.

—Mami, ¿quién te molestó? Deja que les dé una paliza. —Patricio, el segundo niño, agitó los puños de manera adorable e hinchó las mejillas.

Diana, la menor de los trillizos, frotó su mejilla contra la de Adriana y la consoló.

—¡Mami, no llores!

—¡No llores! ¡No llores! —De repente, una cabeza verde asomó del bolsillo de Diana. Pertenecía a un loro cachetón que en ese momento miraba con curiosidad a su alrededor.

—No, no voy a llorar. —Adriana inhaló de manera brusca y esbozó una sonrisa—. ¡Bueno, vamos a casa!

—¡Sí, vamos!

Adriana le dio un beso a cada uno antes de volver a colgarse la mochila al hombro y salir a pedir un taxi.

Antes era una rica heredera con un séquito allá donde iba, pero ahora tenía que hacer cola para llamar a un taxi con la Señora Fresno y sus hijos, por no hablar de ir muy cargada con su equipaje.

Como no cabían todos en un solo taxi, la Señora Fresno tuvo que tomar un taxi aparte para ella sola.

El cielo estaba oscuro, lo que indicaba la llegada de una tormenta. Con la esperanza de evitarla, el taxista iba acelerando de manera ansiosa por el camino cuando, de repente, chocó con un Rolls Royce que iba delante.

El rostro del taxista palideció al instante y bajó del taxi para comprobar la situación.

Adriana se sentó en el asiento del copiloto y miró por la ventanilla, frunciendo las cejas.

Era un Rolls Royce Phantom de edición limitada. Sólo había tres unidades en País C y treinta y cinco en todo el mundo. Aunque se tratara de un pequeño arañazo, el taxista tendría que indemnizarlo con una importante cantidad de dinero, lo que podría llevarlo a la quiebra.

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