Mi primera vez (COMPLETA) romance Capítulo 19

Esa noche salí a caminar a los establos, necesitaba pensar. Estaba Fugaz en su lugar, se miraba un poco inquieto. Llegué cerca de él, tenía un poco de temor porque hace mucho que no lo veo y quizás hasta ni me reconozca.

—Hola, amigo —me acerqué sigilosamente— ¿no te acuerdas de mi?

El caballo gruñó un poco, pero sentí que no fue una mala acción, sino todo lo contrario. Elevé mi mano y la pasé por su pelaje, era suave. Recordé a Nicky montado en el, su porte, su seguridad. Definitivamente Nicky Chance era un hombre muy encantador.

—Alicia , qué sorpresa verte por aquí —la voz de Leo me sacó de mis pensamientos y me hizo verlo. Venía con un caballo blanco.

—¿Aún sigues aquí? —quise saber, separándome un poco de Fugaz.

—Así es, trabajo hasta tarde. Veo que Fugaz aún se acuerda de ti. Ese caballo no deja que casi nadie se le acerque —murmuró.

—¿Ah si? —miré a Fugaz.

—Sí, después de todo eres su dueña —Leo me hablaba como si fuéramos amigos de toda la vida. Cuando fuimos novios un año y medio y la relación no fue del todo buena. Habían algunos conflictos ya después, peleas y faltas de respeto. Pero igual eso quedó en el pasado y no es como si me importe. Leo solo fue uno más.

—Obvio.

La situación era un poco incómoda, habían ciertas cosas que habían quedado inconclusas, tantas cosas por decir. Pero no me atrevía a hablar, ni siquiera a preguntar sobre... era una etapa que aún no se cerraba del todo.

—Veo que le importas mucho a tu jefe —habló de nuevo, mientras metía al caballo blanco al pequeño establo.

—¿Por qué lo dices?

En eso Fugaz gruñó un poco.

—Digo, parecieran algo más.

Quizás Leo estaba más maduro o más hombre, porque su apariencia era así. Él era cuatro años mayor que yo.

—¿Y si así fuera qué? —me crucé de brazos.

—Nada —elevó sus manos en forma de paz. Leo me parecía que comentaba muchas cosas, y conocía su estrategia para sacar información. Así era él. E igual conocía una yo para que dejara de preguntar, era un poco cruel pero era la única forma de quitármelo de encima.

—¿Cómo está tu hija?

Su mirada se apagó un poco y se tensó. No le gustaba que le recordara su pasado y los errores que pudo cometer.

—Ella esta bien —respondió seco.

—Bien por ti, ¿y la madre?

—Alis, ¿por qué...?

—Olvídalo. Iré a dormir, buenas noches, Leo.

Salí de los establos a paso apresurado. Daba por terminaba esta noche de una vez por todas.

A la mañana siguiente me desperté más temprano, quizás porque esta vez sí había dormido lo suficiente. Apenas salía el sol, me sentía un poco más animada hoy. Me puse un short, una camisa de tirantes y mis típicos zapatos. Bajé a la cocina, mi madre estaba haciendo el desayuno. El abuelo estaba sentado en el comedor con un periódico en la mano.

—Buenos días, Alis —me dice mi madre— ¿hasta saludar se te olvidó?

Rodé los ojos.

—No, es solo que no me acostumbro a eso. —me dirigí al abuelo— Abuelo, ¿aún existe la laguna a la cual me llevabas cuando estaba más pequeña? —me senté en la silla y descansé mi mandíbula en mi puño.

El abuelo dejó el periódico a un lado para centrarse en mi.

—Si, eso creo —me dijo con voz cansada— Hace años que no voy. Nadie de aquí lo hace. Antes tu padre llevaba a los caballos para que tomaran agua de ahí, pero ahora ya no.

—Entiendo. Tengo ganas de ir.

—¿Recuerdas el camino?

—Un poco. Nada más que no sé en qué irme, no sé montar. Es decir, sí sé pero creo que se me olvidó —hice una mueca.

—Puedes decirle a Leo que te lleve —sugirió.

—No, prefiero irme sola —hice el amago de levantarme pero él me detuvo.

—No seas terca, es muy solitario para que te vayas sola, mejor dile a Leo.

Asentí solo para tenerlo tranquilo, pero no le diría nada a Leo. Salí de casa y me dirigí a los establos, creo que mi padre se había ido al pueblo muy temprano. Busqué a Fugaz hasta dar con el, no sabía cómo montarlo, además de que decían que el caballo se había vuelto un tanto arisco. No creo que conmigo sea así, ¿o si? Pero tenía muchas ganas de ir a esa laguna en donde tenía tantos recuerdos.

—Hola, Fugaz —lo saludé con voz suave, necesitaba que confiara en mi. Si Nicky pudo atraparlo ayer yo podría montarlo hoy. —Hola, amiguito —abrí la puerta del establo y me adentré sigilosa— No sé si te acuerdas de mí, quizás estoy un poco cambiada —desaté el nudo de una esquina y empecé a sacarlo. Suerte la mía de que me hacía caso. Me sentía muy nerviosa. —Daremos un paseo —me sorprendía que me siguiera sin poner ninguna objeción, me sentía especial en ese momento. Cuando salí al campo abierto lo que me preocupaba era montarme, el caballo se veía muy alto, además de que no tenía la silla para montar. —Trataré de subirme a tu espalda, ¿okay? —le acaricié el pelo. Puse un pie arriba, luego me quise impulsar pero era inútil, además de que temía lastimar a Fugaz con mis manos. —Mierda. —Observé para todos lados hasta dar con las tablas del corral. —Ven, vamos de este lado —lo guíe cerca de las tablas para poder montarme desde ahí. Puse un pie en la tabla y luego otro. Luego crucé un pie por la espalda de Fugaz y me acomodé como pude hasta quedar encima al fin.

Había logrado montarme. No tenía cuerda para sostenerme así que lo hice de su largo pelaje. Mi padre me había enseñado a montar desde que era una niña y no creo que se me haya olvidado en estos tres años que tengo fuera.

—Vamos, Fugaz —lo guié con su pelo. El caballo relinchó un poco, cosa que me hizo ponerme nerviosa, pero después se aquietó y empezó a caminar hacia donde lo guiara. Se sentía fácil ahora— Eso es —golpeé un poco la parte trasera con mi pie para que fuera corriendo un poco. Y Fugaz me hizo caso. Recordaba un poco el camino hacia la laguna. A pesar de todo se sentía bien el viento sobre mi cara, se sentía bien estar así. Me sentí libre en ese momento.

Mientras Fugaz corría yo procuraba sostenerme bien de su pelaje, una caída a esta velocidad y a esta distancia me resultaría muy mal. Hice que fuera más lento cuando nos adentramos a los árboles, ahora solo caminaba. No sé cuánto tiempo pasaría pero a lo lejos miré la laguna. Se veía tan grande y tan limpia y calma. Me bajé de Fugaz y lo dejé atado a un árbol. El sol se reflejaba en el agua, la hacía ver cristalina, casi transparente. Me quité los zapatos y me metí un poco. Estaba medio helada. Recuerdo bañarme aquí con mis primos cuando estaba más pequeña, incluso en la secundaria. Con mis amigas. Miré para ambos lados, estaba solitario, solo escuchas el ruido de los pajaritos y el sonido que hacía yo dentro del agua.

Fue entonces donde tuve una idea: bañarme. Me quité toda la ropa para no llegar mojada a casa. Incluso mi ropa interior, quedando desnuda completamente. Fugaz comía pasto. Se sentía tan libre sin ropa. Me adentré más a la laguna hasta llegar a una profundidad moderada. Nadé unos cuantos minutos para después ponerme boca arriba a observar el cielo. Pero un ruido cerca me hizo ponerme en alerta. Miré para el bosque, en busca de alguien pero no veía nada. Fugaz empezó a inquietarse al parecer.

—Tranquilo —le dije, nadando un poco hacia la salida, pero me detuve al ver aparecer a una yegua blanca y encima de ella a mi jefe.

Nicky Chance.

—¡Nicky! —exclamé, sintiéndome expuesta. Era cierto que estaba bajo el agua y que no podía verme, pero el agua estaba cristalina.

—¡Alicia ! Qué coincidencia—me dijo.

Muchas coincidencias diría yo.

—¿Qué hace aquí? —me tapé los pechos y recé para que desde su distancia no pudiera verme.

Nicky se bajó de su yegua y la ató a otro árbol también.

—Paseaba por el lugar, mi yegua tenía sed y he encontrado esta laguna. No pensé encontrarte aquí —me dice— ¿está rica el agua? —quiso saber.

—Si, lo está —respondí un poco incómoda. —¿gustas?

Arqueó una ceja.

—¿Estas invitándome a bañarme contigo?

Si, ¿qué estoy haciendo?

—Aja —asentí sin entender por qué mierdas le estaba pidiendo a mi jefe que se metiera al agua si yo estaba desnuda.

Controla tus hormonas, Alis.

Nicky miró mi ropa en el pasto y luego me miró a mi.

—Claro.

Mi jefe se empezó a quitar sus botas, sus pantalones y su camisa. Pensé que se quedaría en bóxer pero cuando miré que empezó a quitárselos aparté mi vista de inmediato.

¡Dios mío! ¡Dios mío! No puede ser.

—No seas tímida, Alicia —fue lo que me dijo, pero yo tenía la vista en otro lado. Solo escuchaba cuando se venía metiendo al agua, luego se hundió unos segundos para después salir. Ahí sí lo pude ver porque su cuerpo estaba oculto. Estaba a tan sólo unos metros, tan cerca. Estábamos desnudos los dos aquí.

Mordí mi labio inferior.

Cuando Nicky se acercó mirándome directo a los ojos mi corazón se aceleró.

—¿Te pasa algo, Alis? —preguntó con disimulo, sabía que se acercaba a mí. Y eso era lo que él quería.

Pero en el fondo, muy en el fondo, yo también.

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