Amor profundo: insaciable amante romance Capítulo 8

Melina se fue tras soltar esa maldición y Vanesa se rio sarcásticamente.

Esa tarde, Vanesa recibió una llamada del mayordomo de la Villa Moya avisándole de que se celebrará un banquete dentro de tres días.

Los Moya, era una familia importante y prestigiosa en la Ciudad Pacífica, por lo que Vanesa tenía que regresar con dos días de antelación para organizar bien todo.

Vanesa llamó a Orlando pero este la colgó.

Ella no volvió a llamarlo y al día siguiente regresó sola a la Villa Moya.

—Señora Vanesa —saludó Jaime Arnal, el mayordomo de su familia.

—Buenas, Jaime, ¿dónde está el abuelo?

—Está en el salón de flores. Puede descansar primero en el salón principal, le avisaré de su llegada.

—No te preocupes, lo busco yo misma.

Era inapropiado esperar a que el abuelo viniera a buscarla, de modo que, Vanesa se dirigió al salón de flores.

La Villa Moya se había construido en la generación del tatarabuelo de Orlando, por eso contaba con al menos doscientos años de historia y se hacía cada vez más magnífica después de las ampliaciones y reparaciones de generación en generación. Además, al abuelo de Orlando le coleccionaba decoraciones históricas, de manera que, la casa se veía aún más peculiar en esta sociedad moderna.

Incluso el jardín tenía una estructura clásica, la única excepción era ese salón de flores de vidrio moderno que estaba escondido en el jardín. Nadie sabía el por qué existía, ni por qué le gustaba a Gerardo Moya, el abuelo de Orlando.

Vanesa tardó casi veinte minutos en llegar al invernadero y vio a lo lejos a Gerardo, que estaba sentado tomando el té.

—¡Abuelito! —Vanesa dio un paso adelante y lo saludó con alegría.

—¡Vanesa, prueba mi nuevo té!

Gerardo tenía casi setenta años, pero seguía estando muy sano y vigoroso. Siempre se mostraba bastante simpático ante la esposa de su único nieto.

—Gracias, abuelo —Vanesa, quien se llevaba bien con Gerardo, probó el té.

Y lo elogió:

—Es tan delicioso, que ha dejado un aroma refrescante dentro de mi boca. Abuelo, cada vez me sorprendes más con tu buen té.

—¡Qué niña! ¡Sí que sabes elogiarme! —Gerardo se rio entre dientes, luego le añadió té a Vanesa y preguntó casualmente:

—¿Dónde está Orlando? ¿Por qué no ha vuelto contigo?

Vanesa se quedó rígida por un instante y rápidamente lo disimuló con una sonrisa.

—Orlando sigue ocupado, lo llamaré más tarde.

—¡Ese mocoso! No te preocupes, yo le llamo.

—Gracias, abuelo.

Como el anciano se había ofrecido a avisar a Orlando, Vanesa no iba a negarselo.

—Gracias por venir a organizar este banquete.

—No hay de qué, es mi deber como miembro de la familia Moya.

Gerardo sonrió y le dio unas palmaditas en la mano.

—Si no fuera porque los padres de Orlando fallecieron tan temprano, no tendrías que estar tan ocupada —suspiró tristemente Gerardo—. Gracias, mi niña.

—No digas eso, abuelo.

Ella sonrió y consoló a Gerardo, cambió a un tema alegre para sacar a Gerardo de su melancolía.

Vanesa estuvo muy ocupada, regresó exhausta a la habitación a las diez de la noche y se fue a duchar.

De repente, la puerta se abrió a la mitad de su ducha.

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