Amor profundo: insaciable amante romance Capítulo 32

Vanesa estaba agotada, ya no podía ni levantar un dedo.

Ella estaba tumbada en una cama blanda, con mucho sueño, pero no podía dormirse, ya que no estaba acostumbrada a alojarse en hoteles, por lo que quería regresar.

Giró un poco la cabeza y vio que Dylan estaba atándose la corbata, terminando en breve con un movimiento ágil de sus dedos. Por mucho que Vanesa quisiera negarlo, Dylan era la persona más apropiada para vestir camisa blanca.

Al notar la mirada de Vanesa, Dylan la miró lentamente. Solo con un simple movimiento, era capaz de atraerla con sus potentes hormonas masculinas.

—Como nuestra relación solo se limita al sexo, no necesitamos comunicación extra —Dylan sonrió de manera seductora y siguió

—Pues, ya nos veremos en la cama.

Dicho eso, Dylan se fue y dejó atónita a Vanesa.

«¿No me va a llevar a la empresa? ¿Y solo se va así?»

—¡Gilipollas de mierda! ¡Me deja tirada después de complacerse! —maldijo Vanesa.

Después, se levanto por su cuenta para ducharse y se dio cuenta de que Dylan había destrozado su vestido.

«¿Cómo pretende que vuelva? ¿Desnuda?»

Justo cuando Vanesa estaba ansiosa y deprimida, llamaron a la puerta.

—¿Sí?

—Buenas, le traigo algo que nos ha dejado un señor.

Vanesa abrió la puerta tras confirmar que era el personal del hotel, este le entregó una bolsa de papel y se fue tras asegurarse de que ella no necesitase ayuda.

Vanesa abrió la bolsa y encontró un conjunto de ropa de mujer, que era de su gusto. Estaba claro quien lo había enviado, así que ella se cambió rápido y se marchó.

Después de salir del hotel, Vanesa se dio cuenta de que el hotel estaba en una calle cerca del Grupo Cazalla y menos mal que los empleados ya habían salido del trabajo, de lo contrario, no sabría cómo explicar su situación.

Vanesa fue apresuradamente al garaje subterráneo del Grupo Cazalla para coger su coche.

Entrando en la Villa Real, no se vio luces en el chalé, por lo que Vanesa se alivió pensando que Orlando no estaba en casa.

Cuando sacó la llave para abrir la puerta, alguien agarró su muñeca en la oscuridad.

—¡Ah! —Vanesa gritó asustada e intentó a golpear a esa persona con su bolso.

—¿A dónde fuiste?

Vanesa escuchó la fría y furiosa voz de Orlando, quien luego se calmó y apartó su mano.

—Orlando, ¿tienes algún problema? ¿Por qué no enciendes las luces?

Era la primera vez que Orlando la estaba esperando ahí, porque solía quedarse afuera o volvía con Melina a la medianoche.

—¿Por qué no volviste a la empresa? Te he esperado durante toda la tarde. ¡¿A dónde te has ido, Vanesa?! ¡Contéstame! —gritó Orlando furioso volviendo a agarrar su muéca con más fuerza.

—¡Suéltame! —Vanesa frunció el ceño por el dolor e intentó deshacerse de él.

—Vanesa, no me hagas perder la paciencia. Dime, ¿a dónde te has ido?

—¿A dónde me fui? Claramente, me fui a ponerte los cuernos, Orlando. No recuerdas que te dije que tendrás los cuernos puestos hasta que aceptes el divorcio —Vanesa respondió a Orlando con furia para que éste la soltasel, ya que le dolía mucho.

—¡Puta perra!

Orlando levantó la mano para abofetearla, mientras que ella colocó su mejilla provocándolo:

—¡Venga, pégame! ¡Vuelve a abofetearme!

Orlando la miró con tanto odio que tenía ganas de matarla, pero no fue capaz de pegarla al ver su expresión obstinada, además se sentía muy arrepentido por la anterior bofetada impulsiva que le propinó.

—¡Maldita sea! —Orlando rugió irritado y salió, apartando a Vanesa de un tirón.

Luego, encendió el motor y partió con el coche. Mientras que Vanesa se quedó mucho tiempo inmovil con expresión de cansancio.

Orlando aceleró como loco en la autopista llegando a la otra villa tras haberse saltado numerosos semáforos.

Al escuchar el sonido del coche, Melina se quitó apresuradamente la mascarilla y salió corriendo de alegría porque no esperaba que Orlando volviera de repente.

—Orlando... —dijo Melina con una dulce sonrisa mientras lo abrazaba.

Inesperablemente, Orlando la abrazó bruscamente, rompió de manera salvaje su vestido de pijama e se introdujo en su interior sin decir nada.

—Ay... Orlando, ¿qué te pasa?

—¡Cállate! —Orlando ordenó con tono indiferente.

Melina se puso pálida del dolor provocado por las penetraciones bestiales de Orlando y le dolió tanto que suplicó a Orlando con los ojos llorosos:

—Orlando, me duele, ¿puedes moderar un poco?

Orlando seguía furioso y salió de repente. Luego, agarró el hombro de Melina para que girase, la empujó contra el zapatero del pasillo y volvió a penetrarla desde atrás.

—¡Ah!

—¡Cállate, no quiero oír ningún sonido!

Orlando sintió como si un fuego de furia ardiera en su pecho que le hizo tiránico, y él estaba desahogando con Melina el odio y la ira que tenía hacia Vanesa.

Siguió chocando con ella ferozmente y se alegró al oír los leves sollozos de la persona que tenía bajo su posesión.

—¡Ruégame! —Orlando ordenó fríamente y agarró el cabello de Melina.

—¿Qué?

—¡Maldita sea! ¡Ruégame para que lo haga más suave! ¡Suplícame que te perdone! —Orlando rugió furiosamente y se movió de manera más brusca.

Melina casi se desmayó por el dolor y apretó los dientes de odio hacia Vanesa. Ella amaba a Orlando y conocía sin duda la razón por la cual Orlando actuaba con tanto descontrol.

«¿Por qué tengo que sufrir por la ira de Orlando hacia Vanesa?»

El rostro de Melina estaba retorcido por la humillación, pero ella sedujo y suplicó con intención con su dulce voz:

—Orlando, por favor. Por favor, dame más, más rápido.

—¿Más rápido? ¡Qué puta perra! ¿No has dicho que te duele? ¿Y ahora quieres que te dé más?

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