Un extraño en mi cama romance Capítulo 214

La lluvia fue disminuyendo poco a poco. Roberto debía estar agotado, por fin dejó de gritar y se acostó en la cama, se había calmado al igual que la tormenta. Me senté junto a Roberto, el cual se había quedado dormido, su cara estaba muy roja, estiré la mano y la coloqué en la frente con suavidad, su piel estaba hirviendo, se había enfermado. Mi mano estaba fría así que la mantuve sobre su frente con la esperanza de que ayudara a bajar un poco su temperatura, no esperaba que apartara mi mano sin siquiera abrir los ojos.

—Aleja tus apestosas manos de mí.

Nos habíamos marchado a toda prisa así que el médico se había quedado en la isla, Santiago y yo nos habíamos quedado solos y tuvimos que ingeniárnoslas para atender la enfermedad de Roberto nosotros mismos. El botiquín estaba lleno de medicinas, pero la mayoría eran para los moratones y las heridas, sólo una de ellas era para el resfriado y Roberto ya se la había tomado.

—No hay nada para la fiebre —dije después de rebuscar en el botiquín.

—Puede que haya sido un descuido. Informaré al responsable para que en el futuro ordene a la tripulación que inspeccione y aprovisione el botiquín antes de cada viaje.

—¿Qué haremos con Roberto?

Santiago miró su reloj.

—Estamos a tres horas de llegar a la ciudad.

Roberto debía ser capaz de sobrevivir tres horas, no era una emergencia médica, tan solo había permanecido en la lluvia durante dos horas y se había resfriado. Santiago guardó el botiquín de primeros auxilios.

—Yo cuidaré al señor Lafuente. Deberías ir a otra habitación y descansar un poco.

—No te preocupes —dije mientras le dirigía una mirada de preocupación—. Cúlpame a mí si Roberto te causa algún problema.

—Todo saldrá bien —Santiago dijo con una sonrisa—. El señor Lafuente es un hombre muy indulgente.

¿En verdad? ¿Acaso me estaba tomando el pelo? Santiago y yo nos sentamos junto a la cama de Roberto y lo miramos mientras se quedaba dormido. Su cara se ponía cada vez más roja, me preocupaba que fuese a arder en llamas.

—Traeré una toalla húmeda para que podamos limpiarlo con ella, eso debería bajar su temperatura.

—De acuerdo, yo lo limpiaré. La bata que tiene puesta el señor Lafuente es demasiado gruesa y mantiene todo el calor, deberíamos quitársela.

—No trajo nada de ropa, no tenemos nada más para ponerle.

—No hay problema, mientras estemos en el barco. Haré que alguien nos espere en el puerto con un nuevo cambio de ropa, llegaremos a Ciudad Buenavista mañana por la mañana, para entonces las cosas estarán mejor.

—¿Cuándo van a dejar de gritar? —Roberto abrió un ojo y nos miró con detenimiento, parecía dispuesto a comernos vivos—. Son bastante ruidosos.

No se había dormido para nada, gracias a Dios que no había dicho nada ofensivo, Santiago ayudó a Roberto a quitarse la ropa mientras yo conseguía una toalla húmeda. Salí del baño y me encontré con el pecho descubierto de Roberto, estaba acostado sobre la cama, una sábana delgada le cubría la mitad inferior del cuerpo, era probable que también estuviera desnudo bajo la sábana.

A pesar de estar acostado, sus músculos se sentían firmes al tacto. ¿Cómo es posible que alguien en tan buena forma física tenga una fiebre tan alta después de tan solo dos horas bajo la lluvia? Retorcí la toalla para secarla y se la entregué a Santiago quien ayudó a Roberto a secarse. Roberto parecía haberse desmayado, no mostraba ninguna resistencia cuando le movíamos las extremidades, entré en pánico.

—Santiago, ¿Roberto se desmayó? ¿Está bien?

—No te preocupes, Isabela. El señor Lafuente siempre ha estado sano y fuerte. Sólo le sorprendió la lluvia, se pondrá bien cuando le baje la fiebre.

Eso era cierto, sólo era la lluvia, no se moriría a causa de ello. Me tranquilicé un poco pero sólo un poco. Pronto amaneció, el barco se acercaba poco a poco al puerto de la ciudad, fui a la cubierta a echar un vistazo. La sensual secretaria de Roberto estaba de pie en el puerto, buscándonos, mientras sostenía una enorme bolsa de papel en las manos.

El barco atracó, Santiago tomó una muda de ropa que trajo la secretaria y ayudó a Roberto a vestirse. La cara de Roberto seguía muy roja después de su pequeño descanso, se sentía hirviendo al tacto, tenía la piel seca y no transpiraba para nada. Sabía que odiaba ir al hospital, pero era un consejo que tenía que darle.

—Vamos a llevarte al hospital. Tienes mucha fiebre.

—Haz que Gómez se reúna conmigo en el Jardín Imperial —dijo Roberto.

Santiago lo ayudó a subir al coche, se recostó en el asiento y cerró los ojos, me preocupaba que se cayera del asiento así que me senté a su lado y le sostuve la cabeza. Santiago se sentó junto al chófer e intentó ponerse en contacto con el equipo de la Isla Solar, quizá estaba llamando a Silvia.

—Señorita Ferreiro lo siento mucho, pero surgió un imprevisto. Enviaré al señor Lafuente a su mansión antes de ir a recogerla. El señor Lafuente está bien, pero fue sorprendido por la lluvia y le dio un poco de fiebre.

Dudé un momento antes de extender mi mano hacia Santiago.

—Déjame hablar con Silvia.

Quise escabullirme para dejar que Roberto y Silvia tuvieran algo de tiempo para ellos, pero ahora todos nosotros, excepto Silvia, nos habíamos ido y ella se había quedado sola en la isla, tenía que decirle algo. Santiago me pasó el teléfono, respiré hondo antes de colocarme el teléfono en la oreja.

—Silvia.

—Oye Isabela, ¿estás bien? —La voz suave de Silvia se escuchó al otro lado de la línea.

Esperaba que no me hablara para nada o un interrogatorio frenético, pero no esperaba que me hablara con tanta delicadeza.

—Estoy bien. Lo siento, Silvia. No esperaba que las cosas salieran así.

—¿Qué fue lo que ocurrió? ¿Por qué dejaste la isla tan de repente? Roberto y yo estábamos muy preocupados —Silvia suspiró con delicadeza—. Estábamos muy preocupados cuando nos dimos cuenta de que tú y Santiago habían desaparecido de la isla. El barco también había desaparecido, ¿Estás bien?

—Sí, lo estoy.

—Me alegro de que así sea. ¿Estás de vuelta en Ciudad Buenavista? Debiste haber hablado conmigo y con Roberto antes de hacer cualquier cosa. No deberías haberte escabullido por tu cuenta, estaba muy preocupada así que le dije a Roberto que fuera por ti. No sabíamos lo que estaba pasado porque Santiago apagó su teléfono.

Ya entendía, Silvia había sido quien le dijo a Roberto que viniera por mí. Sentí como si alguien me hubiera puesto chiles en el estómago, me ardía y me dolía mucho.

—Roberto también exageró, le dije que tomara el yate, pero insistió en la lancha. Debió de enfermarse por estar tanto tiempo en el frío.

—Silvia —me lamí los labios agrietados y continué—: Estás sola en la isla...

—Eso no importa —me contestó—. No soy la única persona en la isla, hay personal y amas de llaves en las otras mansiones, estoy a salvo, no te preocupes por mí. Hablaré con Roberto cuando vuelva, déjalo descansar.

Silvia colgó, su reacción a todo esto había ido más allá de lo que me imaginaba, esperaba que se pusiera furiosa por el hecho de que Roberto la dejara en la isla, creí que se compadecería de sí misma, pero había actuado serena y educada como siempre. Se merecía el título de la mujer más respetable de la alta sociedad de Ciudad Buenavista, no había nada que pudiese inquietarla. Le había dicho a Roberto que viniera a buscarme mientras ella se quedaba sola en la isla, tenía un corazón enorme. ¿Cómo podría compararme con ella? Era mucho más serena, más elegante y complaciente que yo.

Le devolví el teléfono a Santiago. Roberto estaba apoyado en mi hombro, estaba profundamente dormido, la cabeza se le sentía caliente, como un caldero que emitía ondas de calor, podía sentir que un lado de mi cara se estaba cociendo. El coche nos llevó de vuelta a la mansión de Roberto, sólo habíamos estado fuera durante dos días, pero ahora todo parecía diferente, todo había cambiado. El doctor Gómez nos esperaba en la mansión y se apresuró hacia nosotros cuando vio que ayudábamos a Roberto a entrar a la casa.

—Estoy viendo una cara bastante roja. ¿El joven amo se dio un largo chapuzón en el mar bajo los rayos del sol?

El doctor y Roberto debían conocerse desde hace mucho tiempo porque parecía sentirse cómodo burlándose de Roberto a pesar de las circunstancias. Santiago y el doctor lo llevaron arriba y lo metieron en la cama. Yo no era de mucha ayuda así que me quedé en la puerta y los observé.

Baymax intentó entrar por la fuerza.

— Sirvienta, por favor, quítate del camino.

—No vas a ser de ninguna ayuda allá adentro.

—Podré averiguar la temperatura de mi amo y ofrecer la valoración médica más objetiva basada en esos datos.

—Allí adentro tenemos a un médico de verdad, deja de ponerte en ridículo.

—¿Acaso piensa el joven amo Roberto que se me paga demasiado? —El doctor Gómez murmuró para sí mientras le realizaba un examen médico a Roberto—. ¿Será que está tratando de mantenerme ocupado? Apenas si lo veo por aquí, pero últimamente parece que se está enfermando con una frecuencia bastante alarmante.

—Cállate que te oigo —Roberto dijo con voz débil mientras usaba su habitual tono autoritario.

Comentarios

Los comentarios de los lectores sobre la novela: Un extraño en mi cama