Un extraño en mi cama romance Capítulo 213

Roberto no podía dejar de estornudar, estaba empapado y me pareció ver un vapor blanquecino que salía de su cuerpo en la oscuridad de la noche. Parecía un fantasma que había salido del televisor, uno que había sobrepasado su tiempo en la tierra y que estaba a punto de ser arrastrado al infierno. Esa idea me aterrorizó, rebusqué a toda prisa en la habitación, encontré una caja de pañuelos y se la entregué.

—Roberto, ¿estás viendo en este momento una luz al final del túnel?

Le costó un gran esfuerzo dejar de estornudar, se sujetó del costado de la cama y se puso de pie, en ese momento Santiago entró a la habitación o quizá había estado de pie en la puerta todo el tiempo y no lo hubiera notado. Tenía una toalla en las manos.

—Señor Lafuente, por favor, tome un baño y póngase ropa seca, se resfriará.

Roberto no tomó la toalla de las manos de Santiago, tan solo se apoyó con la mano en la pared y me miró con furia.

—¿Un resfriado? Eso no es nada. Casi me muero allá afuera en el mar.

—Roberto —lo llamé. Le quité la toalla a Santiago y se la puse en las manos—. Báñate ya, date prisa.

Debía de sentir demasiado frío para soportarlo, se dio la vuelta y entró en el baño con la toalla entre las manos. Momentos después se oyó en el cuarto de baño el sonido del agua que salpicaba en los azulejos, fue entonces cuando por fin comprendí lo que acababa de ocurrir, Roberto había venido a por mí, eso superaba mis sueños. Me giré hacia Santiago y le dirigí una mirada desesperada.

—¿Cómo se las arregló para alcanzarnos? Estamos en el mar.

—No lo sé —me respondió, él también parecía un tanto incrédulo—. Estaba pasando por la cubierta y me disponía a dirigirme a mi habitación cuando vi que el señor Lafuente se dirigía hacia nosotros en una lancha de motor.

—¿Conducía una lancha de motor? Está empapado, pensé que había nadado.

—Afuera está lloviendo a cántaros. El señor Lafuente debe haber hecho frente a la tormenta para llegar aquí.

—¿Acaso está loco? —pregunté asombrada—. ¿Condujo en la tormenta? ¿No es eso peligroso?

—El clima es impredecible cuando uno está en altamar. Por el momento sólo llueve, pero no sabemos si dentro de un rato se convertirá en una tormenta eléctrica. Tienes razón, lo que hizo fue muy peligroso.

—¿Por qué hizo algo tan loco?

—Nunca he visto al señor Lafuente hacer algo tan alocado por una mujer —murmuró Santiago.

Levanté la vista sorprendida y me quedé mirándolo.

—¿Qué?

Santiago se dio la vuelta.

—Intentaré encontrar algo que pueda mitigar el frío. El señor Lafuente debe haber conducido al menos dos horas bajo la tormenta para poder llegar hasta nosotros.

Roberto salió del baño después de que Santiago saliera de la habitación, no tenía otro cambio de ropa a bordo así que salió en una bata de baño. La predicción de Santiago sobre el clima fue acertada, de repente se vislumbró un relámpago detrás de Roberto, era como una daga de color rosa pálido que atravesó la oscura noche y la fragmentó en múltiples partes.

La habitación estaba sin luz por lo que el rayo trajo una repentina luminosidad a la habitación, fue entonces que pude ver los ojos de Roberto con claridad, eran de un rojo intenso, como si la sangre se precipitara a llegar a los globos oculares. Di un paso atrás, tuve la sensación de que Roberto iba a matarme allí mismo. Extendió la mano hacia mí de un de repente y emití un grito de terror.

—Roberto, esto no tiene nada que ver con Santiago. Fui yo quien le suplicó que me sacara de allí.

Me tomó la muñeca con una mano y puso la otra en mi espalda, sentí que la parte posterior de mis pantorrillas golpeaba el borde de la cama y me hubiera caído de no ser porque él me sujetaba. Me aferré a él y logré equilibrarme, me quedé mirando su rostro, no podía saber lo que él estaba pensando.

—Qué buena amiga eres. Sigues tratando de proteger a Santiago aún en un momento como este.

Por supuesto, yo lo había arrastrado a este embrollo, Santiago estaría disfrutando de una buena noche de sueño en la mansión de la isla si no hubiese sido por mí. Fue entonces cuando me di cuenta de que los dedos de Roberto alrededor de mi muñeca se sentían calientes, estaban ardiendo, estiré la mano y coloqué mi palma sobre su frente, el calor era tan insoportable que podría cocer un huevo.

—Roberto, ¿tienes fiebre? —dije aterrada.

—¿Por qué te escapaste sin decir nada? —preguntó furioso.

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