Un extraño en mi cama romance Capítulo 212

Roberto continuó llamando con insistencia y Santiago contestaba sus llamadas en la cubierta, podía oír la furiosa voz de Roberto al otro lado de la línea y parecía estar dispuesto a matar a alguien. Santiago por fin decidió apagar el teléfono, buscó una reposera para que me recostara, luego buscó una manta y me cubrió con cuidado. Me recliné en la reposera y escuché el sonido de las olas, Santiago se recostó en la reposera de al lado, podía verlo junto a mí si giraba la cabeza. No me preguntó por qué estaba de tan mal humor, solo me hizo compañía.

—Santiago —lo llamé después de haber recuperado la compostura—. ¿Qué sabes de la relación que Roberto y Silvia tuvieron?

Santiago se giró y me miró fijamente, nunca había visto esa mirada en sus ojos, me hizo sentir un poco avergonzada.

—No hay necesidad de decir nada si no crees que es apropiado...

—Isabela —me interrumpió—. ¿Te enamoraste del señor Lafuente?

Me estremecí y casi me resbalé de la silla, pero Santiago me sujetó a tiempo y evitó que me cayera.

—No, claro que no —me apresuré a decir—. Quería saber más sobre Roberto y su pasado con Silvia porque sigo teniendo la sensación de que yo soy el obstáculo que se interpone entre los dos, pero Roberto no quiere divorciarse de mí en un futuro cercano, no sé qué es lo que está pensando.

—Isabela, hay un poder en este mundo que puede hacer que las emociones de alguien parezcan una montaña rusa. ¿Sabes qué es eso?

Negué con la cabeza.

—Es el poder del amor. Ninguna otra emoción tiene el poder de hacerte llorar o reír de un momento a otro.

—No es lo que crees que es —dije y agité los brazos en señal de negación mientras intentaba explicarme—. Admito que he empezado a apreciar a Roberto. Pero tú sabes los problemas que ocasioné hace poco. Me siento culpable por lo que les hice a ti y a Roberto...

Santiago me miró con atención mientras yo parloteaba sin ningún sentido. Me di cuenta de lo inútil que era mi intento cuando terminé de hablar. En lugar de eso me callé y me quedé mirándolo.

Santiago por fin asintió. Parecía aceptar mi explicación.

—Conozco los detalles de cómo empezó y terminó la relación del señor Lafuente y la señorita Ferreiro.

Me dio un vaso de agua caliente, lo tomé y le di las gracias, empecé a darle tragos mientras me acurrucaba en la reposera y lo escuchaba contarme la historia.

—Se conocieron en una fiesta y comenzaron a salir enseguida. Es muy seguro que la señorita Ferreiro fuera la primera novia formal del señor Lafuente. Yo era el que le ayudaba a reservar sus mesas en los restaurantes y sus entradas para el cine.

—¿Estaban muy enamorados?

Santiago lo pensó con detenimiento y tardó un rato en responderme.

—El señor Lafuente no es alguien que muestre sus emociones. No sé lo que en verdad siente por la señorita Ferreiro, pero puedo decir que él iba en serio con su relación. es Probable que considerara casarse con ella.

—¿Cómo se sintió Roberto cuando Isabela lo dejó?

—Las Empresas Lafuente trabajaba en un proyecto importante en ese momento así que el señor Lafuente y yo pasábamos la mayor parte del tiempo en el lugar de trabajo todos los días. Sinceramente, no podría decir si estaba emocionalmente afectado. De cualquier forma, cuando salían se comportaban como un par de adultos maduros y sensatos. Salían una o dos veces por semana, el señor Lafuente me hacía hacer reservaciones en el restaurante cada semana.

—¿Te hizo hacerlo? ¿No lo hacía él mismo?

—Eso es imposible —Santiago dijo con una sonrisa—. El señor Lafuente nunca se preocupa por asuntos tan triviales, no importa con quién esté cenando.

¿Era así? Recordé que Roberto había puesto mucho de su parte cuando pedíamos comida para llevar.

—¿Qué pasó después de eso?

—¿Después de eso? —preguntó confundido—. ¿Después de qué?

—Después de que Silvia desapareciera. ¿Roberto No se sintió molesto? ¿No estaba emocionalmente desconsolado?

—No estoy seguro. No sería capaz de decir si el señor Lafuente se sintiera afectado.

Tenía razón, Roberto no se comportaba como una persona normal. El viento se hizo más fuerte a medida que se hacía más tarde, estornudé y de inmediato Santiago tomó la manta que tenía sobre él y la colocó sobre mí.

—Las noches en altamar pueden ser especialmente frías. ¿Por qué no te vas a dormir a la habitación, Isabela? Toma un baño, y luego toma un buen descanso.

—De acuerdo —le dije. Me envolví con la manta y me dirigí a mi habitación, era la misma en la que había dormido la noche anterior.

Me senté al borde de la cama, me pareció ver arrugas en las sábanas, ver las manchas que Roberto y yo habíamos dejado en la cama la noche anterior. Todo estaba en mi cabeza, las sábanas habían sido limpiadas y sustituidas y ya no quedaban rastros visibles de la noche anterior en ellas.

Me bañé, me metí en la cama y me dormí, había tenido un día agotador así que me quedé dormida al instante. Volví a soñar, soñé que Roberto desafiaba la braveza del mar y venía a buscarme en una lancha de motor, me abrazaba y me confesaba su amor por mí. Debo ser la primera persona que encuentra repugnante el contenido de su propio sueño.

Me desperté con un sabor de boca amargo, abrí los ojos y miré al techo. ¿Por qué había tenido un sueño así? ¿Tenía miedo de que Roberto viniera a por mí? ¿Esperaba que lo hiciera? Suspiré y me dispuse a cerrar los ojos de nuevo, fue entonces que vi por el rabillo del ojo un rostro que se movía poco a poco hasta situarse justo encima de mi propia cara.

Ese rostro me miraba con detenimiento, las luces de la habitación estaban apagadas, el rostro parecía ser un demonio que había aparecido de la nada. ¿Estaba viendo cosas? ¿Era una alucinación? Parecía estar mirando la cara de Roberto, su cabello estaba empapado, gotas de agua caían sobre mi rostro, una cayó al borde de mis labios, era agua de mar, tenía un sabor muy salado. ¿Acaso Roberto se había caído al mar y se había ahogado? ¿Se había convertido en un espíritu vengativo y ahora estaba detrás de mi vida?

—Isabela, ¿estás loca? ¿Qué te está pasando? —El rostro rugió con furia.

No sólo estaba viendo cosas, también estaba oyendo cosas, un par de manos heladas me levantaron de la cama y el rostro de Roberto estaba muy cerca del mío. Fue entonces cuando me di cuenta de que esto era real, en verdad era Roberto, no era una alucinación ni un espíritu rencoroso que me perseguía para vengarse de mí, estaba ante mí, empapado. Fue entonces cuando me invadió el miedo.

—¿Roberto? —Pregunté. Sus manos mojadas me estaban mojando la ropa—. ¿Qué haces aquí?

—Debería ser yo quien te pregunte eso. ¿Qué demonios te pasa? ¿Por qué te escabulliste de la isla sin decírselo a nadie? —me gritó, su voz retumbó con tal fuerza que casi me dejó sorda.

Miré hacia afuera confundida, todavía estábamos sobre el mar y el barco seguía en movimiento. Roberto llevaba una camisa blanca y unos pantalones negros, vestía con un traje formal, pero todo estaba empapado, su ropa chorreaba agua por todas partes.

—Roberto —dije después de haber conseguido recuperar el aliento. Tenía la sensación de que me iba a volver loca uno de estos días si permanecía cerca de él—. ¿Cómo subiste al crucero? ¿Llegaste nadando hasta aquí?

¿Era esto otro truco publicitario? ¿En realidad era necesario que esforzarse tanto en ello?

—Yo soy el que hace las preguntas aquí, Isabela. ¿Por qué te escabulliste de repente? ¿Por qué? ¿Por qué? —gritó. Su voz parecía resonar de entre las paredes de la habitación, era ensordecedor.

—Roberto —le dije, pero luego me detuve, no sabía qué decirle, tenía la sensación de que esta vez iba a matarme.

Estornudó con fuerza, se tapó la boca con las manos, se agachó y se enroscó en sí mismo, después comenzó a temblar sin parar, me quedé parada a su lado y le dirigí una mirada incrédula. Después de un largo rato, extendí la mano y le toqué la espalda con un dedo.

—Roberto, ¿qué te ocurre?

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