Amor profundo: insaciable amante romance Capítulo 20

—¿Quieres saber el por qué? —preguntó Orlando de manera sarcástica.

—¿Pero por qué te lo tengo que contar? ¡Vanesa, te haré sufrir cientos y miles de veces más por el daño y la humillación que me hiciste sufrir! ¡Es el castigo que mereces!

—Pero, dime. ¿Qué te he hecho?

Vanesa solo quería saber la verdad, saber el motivo de esta inexplicable traición, saber el por qué había sido odiada y humillada de tal forma cruel. Incluso quisieran condenarla a muerte, tendrían que decirle cuál crimen habría cometido, ¿no?

—No te lo diré. Vanesa, te odio tanto que quiero matarte, pero nolo haré, ¡porque quiero que sufras viviendo como mi esposa y sabiendo que nunca te amaré!

Orlando miró a Vanesa con frialdad, prendió un cigarrillo contemplando indolente lo dolorida y enfadada que estaba ella.

La crueldad de Orlando apagó la última llama de amor que tenía Vanesa por él. Trató de calmarse y miró resuelta a Orlando.

—Da igual, ya no me importa de verdad. Orlando, si esto es lo que deseas, pues déjalo así.

Desde que Orlando la había culpado, ya no podrían volver al pasado. Ya fuera por un malentendido o por una incriminación, Vanesa se dio cuenta lo débil que fue su relación con Orlando.

De repente, Orlando sintió temor ante la tranquilidad que mostraba Vanesa, haciendo que se le cayera el cigarrillo.

Como un león irritado, se le acercó y levantó ferozmente su barbilla.

—¿Qué quieres decir con esto? —interrogó furioso Orlando.

—Ya no me importas —Vanesa contestó tranquila.

—¿Que ya no te importo? ¡Maldita sea! ¡No te lo permito! Tienes que suplicarme para que no sea seducido por Melina, rogarme que vuelva a tu lado y que te diga el por qué de mi odio.

—Ya no es necesario.

—¡¿Cómo?! —Orlando gruñó furiosamente—. Debes suplicarme, debes sentir dolor y desesperación. ¡Odio que me pongas esa cara calmada! ¡Debes rogarme como una miserable callejera! ¡Me lo debes, Vanesa!

Vanesa miró fríamente a esa persona alocada, ya no era la persona a quien había amado.

—Vale, te ruego —dijo Vanesa con una sonrisa encantadora, ya que no le costaba nada hacerlo.

—Orlando, por favor, déjame en paz.

—Orlando, por favor, déjame en paz.

—Orlando, por favor, déjame en paz.

***

Ella lo repitió fríamente como un robot y Orlando se enfureció más aún, de modo que, apretó salvajemente su cuello.

—Maldita sea, no quiero oír esa súplica. ¡Cállate, cállate!

—Orlando, por favor... por favor, déjame... en… paz.

—¡Cállate! ¡Cállate! ¡Qué te calles!

Orlando parecía un loco y cada vez ejercía más fuerza en el cuello de ella. Como consecuencia, Vanesa se sentía cada vez más asfixiada, pero al mismo tiempo sonreía con mucha satisfacción.

De un golpe, se abrió la puerta de una patada desde afuera del dormitorio .

Luego, entró una figura robusta y sombría, quien irirtado, agarró el cuello de Orlando jalándolo hacia atrás al ver que Vanesa se estaba ahogando.

—¡¿Que estás haciendo?!

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