NADIE COMO TÚ romance Capítulo 86

En la sala de reuniones, el jefe del departamento financiero estaba haciendo un informe sobre los beneficios del trimestre. Cuando vio la expresión de Aitor, empezó a sudar de nervios.

«¿Hay algún problema con el informe? Pero es imposible, el beneficio ha aumentado muncho...»

Este terminó la última parte del informe nervioso y preguntó a Aitor con cautela:

—Presidente Aitor, ¿hay algún problema?

Reinaba un silencio sepulcral.

Aitor parecía no escuchar en absoluto el informe de este director. Solo miraba fijamente a su teléfono.

Fue un mensaje de Valeria.

—Aitor, volví a mi casa. Así es más fácil cuidar de mi madre que fue dada de alta del hospital.

El tono no podía ser más sencillo, pero hizo que Aitor se enfureciera

«¿Su casa? ¿Acaso su casa no es la mía?»

¡Esta mujer sabía cómo enfadarle!

El silencio de Aitor provocó pánico en la sala. Todos los jefes de departamento presentes, que normalmente estaban en el rango muy alto, miraron a Aitor con miedo. Temían que no estuviera satisfecho con el rendimiento de este trimestre.

Los minutos pasaron y justo cuando todos sentían que tenían la espalda empapada de sudor, Aitor finalmente levantó la vista.

Todo el mundo pensaba que iba a comentar la rentabilidad del trimestre, pero en lugar de eso, dijo: —Se suspende la reunión de hoy, continuará mañana.

Dicho esto, ignoró las miradas sorprendidas de los presentes y abandonó la sala.

Incluso Jacobo estaba confundido y se quedó congelado durante unos segundos antes de correr tras él.

—Señor Aitor —rápidamente alcanzó a Aitor—, ¿pasó algo? ¿Ocurrió un terremoto en nuestra planta nuclear en el País J? ¿O hay un huracán en la central eléctrica del País E?

En su conciencia, si Aitor interrumpía una reunión, debía haber pasado algo muy desastroso.

Inesperadamente, Aitor se detuvo y le miró fríamente.

—Jacobo, averigua dónde está la casa de la madre de Valeria.

—¿La casa de la madre de la señora Valeria? —Jacobo se quedó boquiabierto.

Pero Aitor ya no le prestó atención y se marchó en su silla de ruedas.

—Cuando te enteres, vamos allí de inmediato.

***

Valeria estaba en casa alimentando a Bárbara. No tenía ni idea del enfado que su mensaje de texto había provocado en el hombre.

Compró pan y sopas de fuera. No esperaba que el pan fuera tan dura que Bárbara no podía comer más después de unos pocos bocados.

Valeria volvió a estar ansiosa y cogió un pañuelo para limpiarle la boca.

—Mamá, has comido muy poco, voy a comprarte más.

Dicho eso, se levantó y se puso el abrigo.

Bárbara frunció el ceño.

—Son casi las diez, ¿a dónde vas a comprar comida?

—No pasa nada, tu cena es lo más importante. Si no hay más restaurantes abiertos, pues iré al supermercado y compraré algo.

Después, salió de la casa.

Cuando bajó, Valeria estaba contando el cambio de su cartera cuando de repente captó un destello de luces delante de ella.

Se tapó los ojos y cuando se adaptó, vio un Bentley negro que se dirigía lentamente hacia ella.

Valeria se quedó paralizada.

«El coche es...»

Su casa en la Ciudad S era alquilada, que es un apartamento muy simple. Este Bentley negro no correspondía a este lugar.

Todavía estaba conmocionada cuando vio que la puerta del coche se abrió. Una silla de ruedas se bajó lentamente de ella.

Valeria no podía creer lo que veía y vio cómo la silla de ruedas de Aitor se acercaba a ella. Tartamudeó:

—Aitor, ¿qué haces aquí?

Aitor miró a la mujer que tenía delante, vestida con un pijama y una chaqueta deportiva. Llevaba unas grandes chanclas y tenía el pelo recogido en un moño. Tenía con un aspecto un poco descuidada, pero de alguna manera le parecía mona.

Aun así, no pudo evitar enojarse al pensar en aquel mensaje.

—¿Por qué has vuelto a la casa de tu madre de repente?

Valeria no esperaba que Aitor apareciera de repente sólo para preguntarla esto y respondió medio mintiendo:

—Mi madre no quería estar en el hospital más, así que la recogí a casa.

Aitor enarcó una ceja y no insistió.

—¿Qué haces fuera a estas horas?

—Voy a comprar la cena de mamá.

—¿Comprar la cena? ¿A las diez? —Aitor frunció el ceño— Los restaurantes están cerrados.

—Entonces tengo que ir al supermercado.

No había nada en casa, no podía ni preparar fideos.

Aitor miró a Valeria con impotencia.

«Esta mujer, a veces parece superfuerte y dura, pero a veces es un poco tonta. No puede ni cuidar de sí misma, ¿y ahora quiere cuidar de su madre?»

—Jacobo —dijo Aitor—, vete a buscar a un hotel cercano y que preparen algo para comer y que lo traigan inmediatamente.

Valeria se congeló y se negó apresuradamente.

—No hace falta, ya lo cocinaré yo.

—¿Son las diez y quieres que tu madre te espere? —Aitor levantó una ceja— No olvides que tu madre sigue siendo una paciente.

Valeria se quedó sin palabras.

Por supuesto que sabía que era tarde, pero había tenido mucho trabajo y no pudo salir antes.

Al pensar que su madre estaba enferma y hambrienta, Valeria aceptó la ayuda de Aitor sin rechazar más.

Susurró:

—Gracias.

La cara de Aitor se alivió un poco.

—Vamos, subamos.

—¿Subamos? —Valeria se congeló de nuevo.

—¿Y a dónde si no? —cuando vio a la mujer asustada, se sentía aún más impotente— ¿Quieres que espere abajo en el viento a Jacobo?

Valeria volvió a sonrojarse y se apresuró a empujar a Aitor al interior del piso.

Subiendo en el ascensor, Valeria empujó a Aitor a su casa y vio la habitación desordenada.

—Acabo de volver y aún no he limpiado. Lo siento —al fin y al cabo era una chica.

Valeria se sintió un poco avergonzada y rápidamente comenzó a limpiar.

Pero, su mano no era muy ágil y cuando la movió, tiró de la herida. Y gimió de dolor.

Aitor se dio cuenta de la cara de dolor de Valeria y frunció el ceño. Se levantó inmediatamente de la silla de ruedas.

—Lo haré yo.

Valeria estaba demasiado avergonzada como para pedirle a Aitor que ordenara su habitación y se negó.

—No pasa nada. Aunque lo haga un poco despacio, terminaré pronto.

—No necesitas hacerte la fuerte delante de mí —Aitor agarró la mano de Valeria y la sentó en el sofá.

Con ese comentario, Valeria se congeló de repente. Se olvidó de luchar y se quedó aturdida en el sofá, mirando cómo limpiaba.

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