La Fuga de su Esposa Prisionera romance Capítulo 8

"Sí, señora Joana, fuimos nosotras las que hicimos esto. No puedes quedarte ahí parada sin hacer nada", dijo Rufina.

"Rufina, mira, ya estoy mayor..."

Zulema la interrumpió de inmediato: "¡Mira! ¡Joana ni siquiera quiere ensuciarse las manos!". Mientras hablaba, intentaba disimuladamente soltarse de las cuerdas.

Rufina también pensó que Zulema tenía razón y le pasó el cuchillo a Joana: "Así... entonces tú corta por el lado izquierdo, yo por el derecho".

"Está bien, tú comienza. Yo la sujetaré para que no se mueva", aceptó Joana.

"De acuerdo". Las dos se pusieron de acuerdo rápidamente.

Las muñecas de Zulema estaban rojas por la presión, y la cuerda no mostraba señales de aflojarse. Joana se acercó para sujetarle la cabeza: "Compórtate y sufrirás menos. ¡Este cuchillo no tiene ojos! Rufina, ¡ven rápido!".

"Esa cara tan bonita, no es de extrañar que haya seducido a Roque... ¡Hoy voy a dejarla hecha un estropajo!". Rufina se acercó con una risa maliciosa.

El cuchillo se acercaba cada vez más, hasta que finalmente tocó la mejilla de Zulema, frío y amenazador.

"Con solo un poco de fuerza, tu belleza desaparecerá".

Zulema tragaba saliva nerviosamente: "¿No le tienes miedo a Roque?".

"Con los Suárez, él no se atreverá a tocarme". Diciendo eso, Rufina estaba a punto de hacer un corte.

En este momento crítico, una voz masculina profunda y autoritaria llegó desde lejos: "¡Para!".

¡Esa voz!, Zulema se llenó de alegría y gritó con todas sus fuerzas: "¡Roque, sálvame!".

El chirrido de los neumáticos contra el pavimento sonó, y antes de que el coche se detuviera por completo, él ya había salido del auto. Avanzó rápidamente y sus ojos demostraban furia.

"¿Los Suárez? ¿Qué son ellos?". Roque dijo con una mueca: "¡Mañana, puedo hacer que desaparezcan de Orilla por completo!".

"Roc... ¡ah!", él apartó a Rufina de una patada, sin siquiera mirarla, se dirigió directamente a Zulema y la levantó en brazos: "¿Estás herida?".

Ella negó con la cabeza: "No, fue por poco".

"¿Por qué te escapaste? ¿Grupo Malavé no es suficiente para ti?", le preguntó Roque.

"Pues..."

Ella no podía decirle que había ido a buscar trabajo y por eso se encontró con esas dos, prefirió mantenerse en silencio.

"Roque, ¿cómo llegaste aquí?", Joana le dijo con una sonrisa forzada. "Solo estaba jugando con mi nuera".

Roque frunció el ceño: "¿Jugando?".

"Sí, sí".

Él recogió el cuchillo del suelo y lo tiró a los pies de Joana: "Ahora corta tu propia cara".

"Esto..."

"¡Córtalo!".

"¡Roc!", Rufina pisoteó el suelo. "¿Qué derecho tienes de proteger a esta mujer?".

"¡Porque es mi esposa!". La mirada de Roque era más fría que el cuchillo: "¿Acaso debería protegerte a ti?".

Rufina miró a Zulema con celos. Sin embargo, esta última estaba llena de un dolor que no podía expresar. Roque estaba tan enojado solo porque la única persona que podía humillarla y maltratarla era él. Por más que la odiara y la torturase, nunca permitiría que otros lo hicieran, tenía que ser él mismo.

Las palabras cariñosas de Roque eran solo para escucharlas, no tenían que tomárselas en serio. Mientras pensaba en eso, de repente se sintió ligera, Roque la había levantado en brazos y ella gritó sorprendida, instintivamente rodeando su cuello con los brazos. Al darse cuenta de que esta postura era demasiado íntima, rápidamente soltó su agarre.

"Deberían sentirse afortunadas de que ella no esté herida", dijo Roque con una expresión impasible y una voz gélida: "Rufina, en nombre de los Suárez te voy a enseñar una lección. ¡Vuelve y reflexiona de cara a la pared durante un mes! ¡No salgas de casa!".

"¡Joana!", él la llamó por su nombre. "Este año no esperes recibir ni un centavo de tu asignación mensual".

Para Joana, ese era el castigo más doloroso. Después de casarse con Justino, se acostumbró a una vida de lujo, y aun después de su muerte, podía recibir miles de dólares mensuales del fondo familiar.

Roque le cortó a ella el dinero de un año de un golpe, acostumbrada a gastar sin medida, ¿cómo iba a sobrevivir?

"No puede ser, esa es la plata que me corresponde por viudez".

"¡Dos años!".

"Roque, tú... tú..."

"¡Tres años!". Roque siempre cumplía sus palabras.

En ese momento, Joana y Rufina no tendrían más días felices.

Al regresar a Villa Aurora, Poncho vio a Zulema en un estado lamentable: "Señora, ¿qué le pasó?".

"No es nada. Parezco más afectada de lo que estoy, la verdad es que no me lastimé".

Roque estaba sentado en el sofá, acomodándose la corbata: "¿No te lastimaste? ¿Y qué es eso en la palma de tu mano?".

Zulema se sobresaltó, él ya se había dado cuenta.

"Además de causarme problemas, ¿qué más sabes hacer?", Roque la miró fijamente. "Por tu culpa, castigué a Joana y a Rufina. Debes estar orgullosa, ¿no?".

Ella negó con las manos rápidamente: "No pensaba eso, nunca fue mi intención".

Él soltó una risa fría: "Zulema, nadie va a tocar tu rostro, si alguien lo va a desfigurar, tendría que ser yo personalmente", miraba fijamente el cuchillo para frutas sobre la mesa de centro.

Zulema se encogió.

"¿Qué esperas? ¿No sabes interpretar las miradas?".

Ella, sin más opción, le extendió el cuchillo con ambas manos, murmurando en su defensa: "Hoy no hice nada malo..."

"Escaparte ya es un error".

Zulema mordía su labio inferior, con la mirada baja. Roque era su cielo, su dios, ante sus palabras solo podía obedecer. La fría hoja del cuchillo se posó una vez más en su mejilla.

"Mira Zulema, una vez que te alejas de mí, hay tantas personas que quieren hacerte daño". Roque tocaba suavemente su rostro con la punta del cuchillo: "Pero a mi lado, solo yo puedo torturarte".

Ella cerró fuertemente los ojos, sin saber cuándo haría su siguiente movimiento. Quizás la opresión había sido demasiada, o tal vez porque de todos modos su rostro sería desfigurado, y Zulema se atrevió a contradecirlo: "Cualquiera que me lastime, puedo defenderme, puedo contraatacar. Pero... ¡no puedo resistirme a ti!".

"Porque me lo debes".

‘No, nunca te he debido nada, ¡la familia Velasco tampoco!’, Zulema gritaba en silencio dentro de su corazón.

El cuchillo se presionaba más y más, con un poco de fuerza podría cortarle la piel, pero en ese instante el teléfono de la casa sonó de repente.

Roque contestó: "Hola, abuelo".

"¡Ven a la casa de campo ahora mismo!". Claudio Malavé gritó al otro lado de la línea: "¡De inmediato!".

"¿Qué sucede?".

"Y trae a tu flamante esposa", Claudio colgó.

Roque miró significativamente a Zulema y ella, intentando mantener la calma, pero con un evidente pánico en su mirada, era una vista interesante.

"Tuviste suerte", Roque levantó su barbilla con la punta del cuchillo. "Esa cara, por ahora la dejo intacta. No quiero asustar al abuelo con una escena sangrienta".

¿El abuelo?

"Arréglate y ven conmigo a la casa de campo. Te doy cinco minutos", Roque cruzó las piernas.

Zulema se levantó tambaleante, se cambió rápidamente, y se arregló el cabello.

En la antigua Mansión de los Malavé.

En contraste con el estilo glamuroso y lujoso de Villa Aurora, la antigua residencia Malavé era una mansión robusta y majestuosa, con un ambiente imponente.

Al entrar en la sala, Joana señaló a Zulema gritando: "¡Sí, abuelo, ella ha llegado! ¡Ella es la hija del Dr. Velasco! ¡Roque se casó con ella!".

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